Mi admirado J. M. Valverde –lo añoraremos como presidente del Colegio Médico– escribió un magnífico artículo en este diario. En modo autobiográfico y con un depurado estilo costumbrista, relataba mejor que muchos mallorquines cómo había descubierto Mallorca y decidido morar en ella gracias a Bearn.
La magnífica novela de Villalonga ilustra la decadencia y fin de la nobleza feudal en la Isla. Muestra el ocaso de una Mallorca y el alba de otra, convirtiendo la primera en irreconocible. En estas tardes estivales de lectura y bochorno, me planteé la similitud con la actual. Ahora, presenciamos el declive y fin no de la nobleza sino de la clase media. El proceso da paso a una Mallorca desconocida, poco atractiva para los autóctonos. Saturada. Sin valores. Prostituida. Invadida. Vendida a nuevos ricos y brókeres. Desnaturalizada.
Con el paisaje natural mal mantenido. La mala gestión del turismo ha arrasado con todo. El centro de la capital es un parque temático insoportable para sus habitantes. La Tramuntana, saturada e invadida de forma desaforada. Las calas colapsadas por chárteres y motos acuáticas, que no respetan la cultura marinera. Sin sociedad civil. La cultura es de consumo y sin alma. Afloran nuestros complejos y el culto al becerro de oro. Sólo en la Part Forana quedan aún sagrarios de culto a lo nuestro, de amor a nuestra cultura y valores. Aun así, la amamos y adoramos. Suplico a nuestros intelectuales –dispersos por ideologías, algunos autoexcluidos, otros minimizados por escribir en nuestra lengua– que, unidos, generen debate, creen espacios de reflexión y favorezcan una revolución respetuosa pero contundente. Es la hora.
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