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Si no me fío nada de mi memoria, que cada vez está peor, cómo me voy a fiar de la de los demás. Literatos, filósofos, neurólogos, psicólogos y hasta poetas, nos han repetido más de mil veces que la memoria no es lo que parece, sea o no democrática, y que si la individual deja mucho que desear, la colectiva ni siquiera existe, y la memoria histórica suele ser en buena parte una invención. Pero se ve que por más que nos lo repitan lo olvidamos enseguida, nos tomamos la memoria muy en serio, como si fuera un hecho indiscutible, lo que convierte los debates sobre este asunto en una serie de extraños artefactos robóticos, de apariencia más o menos monstruosa y dotados de armamento, que chocan entre sí tratando de exterminarse. Parece que sólo puede quedar una memoria histórica, esa quimera, lo que a su vez obliga al Gobierno a legislar una y otra vez sobre ella, porque nada irrita tanto como la memoria de los demás, inexacta y sesgada.

Ya hace días que se aprobó, con gran polémica previa, la ley de Memoria Democrática (la anterior a la que sustituye no era suficiente democrática), pero ni así han cesado las trifulcas. El PP y derecha en general, que aún no saben qué hacer a estas alturas con la memoria del franquismo, y prefieren hacerse los distraídos y olvidadizos, detestan esta ley y proponen, como siempre, abolirla cuando gobiernen; los nacionalistas periféricos tampoco están nada contentos y la tachan de insuficiente (poca memoria), igual que los socios del Gobierno.

Algunos sabios priorizan y claman por el olvido. Y lo más raro: Notables del PSOE tampoco están conformes, y aún refunfuñan por esto o lo otro. Dato: Nadie está de acuerdo con la memoria, aunque sea la suya. Por falsa y mentirosa, se entiende. Menos aún si es histórica, ya que las mentiras y falsedades son acumulativas, como los gases de efecto invernadero, y si la actualidad ya contiene un 44 % de invención, figúrese la historia, que lleva siglos acumulando embustes. Las memorias de los demás, dispuestas en estratos fósiles. Legislar la memoria, y más si es democrática, es como legislar una gran humareda. A estas alturas. Meritorio intento, acaso necesario, pero difuso, muy difuso. Y evanescente.