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Tengo una amiga en el Brasil. Se llama Mariana y no nos hemos visto nunca en persona. Son esos milagros de Internet, de un mundo sorprendente porque permite relacionarnos con seres humanos que viven al otro lado del mundo. A Mariana, le encantan las manualidades, la costura y la decoración. A menudo cuelga sus ideas o proyectos en Instagram. Lo hace con la ilusión de que su creatividad y su entusiasmo atraviesen fronteras, llegando a todos aquellos que tienen una sensibilidad parecida a la suya. Yo debo de ser una de esas personas. Cuando empezamos a seguirnos por Instagram, fue porque a ambas nos gusta lo que hace la otra. Ella lee mis textos, yo admiro sus creaciones artesanales. Es un intercambio de ideas, un flujo de pensamientos que van y vienen desde su universo al mío, y viceversa. No nos conformamos con los likes, que no dejan de ser fríos. Seguramente porque ninguna de las dos éramos capaces de expresar con un simple like nuestros entusiasmos. Mariana derrocha pasión por lo que hace: desde habitaciones decoradas con un encanto increíble, hasta muñecas de trapo que parecen surgidas de un cuento, o bolsos y prendas de croché.

Por eso empezamos a comentar lo que nos inspiraba el trabajo de cada una. Al principio fueron comentarios breves, exclamaciones de admiración… con el tiempo surgieron las charlas, ese saber encontrarse, la coincidencia de gustos y sensibilidades.

Un día colgó una foto con una chaqueta preciosa hecha de croché. Como todas sus creaciones, derrochaba colorido, alegría, un amor sorprendente por la vida. Cuando le expliqué todas esas sensaciones, me dijo que iba a tejer una chaqueta para mí. Trabajó durante mucho tiempo y por fin, con una sonrisa inmensa, me hizo llegar una fotografía de su labor recién acabada. Al verlo me emocioné un poquito: era una explosión de tonalidades suaves y maravillosas. Ella me había repetido que sus manos tejieron con mucho amor, según ella la única forma de hacer bien un trabajo. Y me la envío.

Se fue a correos, explicó que era una chaqueta para su amiga de Mallorca, un regalo desde su mundo, que tantos puntos de conexión tiene con mi propio mundo. Rellenó documentos, formularios, se ahogó en burocracia y se sintió feliz al culminar el proceso. Han pasado muchas semanas. Su regalo no me ha llegado porque está retenido en Aduanas. He tenido yo también que rellenar formularios, incluso he pedido a los señores funcionarios que por favor abran mi paquete porque solo encontrarán un pedazo de arcoíris en su interior. La respuesta es que tengo que rellenar más papeles, pagar una taxa y esperar. Me amenazan con destruir el paquete. Esa manualidad en la que mi amiga invirtió horas y afecto, aunque quizás nunca llegue a mi casa.