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Desde que llegué a esta Isla y empecé a trabajar en el ámbito periodístico he soportado la misma burla. ¿Pero tú a qué hora sales? ¿Pero cuántas horas metes? ¿Cómo es que trabajas todo el año? ¿Por la mañana y por la tarde? ¿De noche, de madrugada? ¿También los fines de semana? ¿No haces puente? ¿Pero tú cuándo libras? Las he recibido durante más de treinta años con cara de póker, porque este es un oficio vocacional y porque al otro lado había un trabajador de la hostelería –que curra siete meses al año y gana más que yo– o un funcionario –que a las tres pliega el chiringuito y se va a casa, a ocuparse de sus hijos, y que también gana más que yo–. Las mismas preguntas aguantarán, imagino, los valientes que deciden montar una empresa o un negocio, que abre sus puertas de lunes a sábado y, si es verano y hay movimiento, también los domingos. Se llama semi-esclavitud e implica dedicar prácticamente tu vida entera al trabajo. Si eres autónomo, encima, con la posibilidad de que no vaya bien y en algún momento –crisis financiera, pandemia, zonas que se quedan obsoletas…– echar el cierre. Los comerciantes de Mallorca lamentan que las nuevas generaciones no quieren seguir con el negocio familiar. Hay múltiples condicionantes, desde el auge de la compra on line a la subida indecente del precio de los locales y su alquiler. Pero en el fondo la clave es esa: casi nadie elige la esclavitud. Lo ideal es que funcione tan bien que los que pringuen de lunes a sábado, de diez de la mañana a ocho de la tarde, sean tus empleados, pero para llegar a ese punto hacen falta muchos sacrificios previos. Los veinteañeros miran a su alrededor y eligen: mejor, funcionarios. De ocho a tres y para toda la vida.