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Creo recordar que fue Manuel Vicent quien en una visita a Cuba, cuando leyó esos carteles que rezan ‘Revolución o muerte', observó que eso era una redundancia. Pido perdón, porque el encabezamiento de este artículo sea una redundancia, puesto que hablar del totalitarismo secesionista es lo mismo que referirse al agua húmeda o al desierto árido. Si uno empieza a pensar que es distinto de los que le rodean y son sus vecinos, descubre una simetría social, que consiste en que cuanto más inferiores y estúpidos encuentra a esos vecinos más superior e inteligente se siente él, el resultado es arribar con éxito al complejo de superioridad. Lo peor es que el totalitarismo encuentra adeptos con gran rapidez, porque exime de responsabilidad a los individuos.

Si no encuentras trabajo, si no ligas, si nadie te invita a los cumpleaños, si eres un desastre social, laboral y familiar, la culpa es de los vecinos que no te conceden la independencia, porque el día que se logre la independencia, se habrán acabado los impedimentos y serás un triunfador. Por eso, todos los totalitarismos, sean de izquierdas o de derechas, captan con facilidad mayorías, entre otras cosas porque los tontos contemporáneos, en cualquier sociedad, son muchos más abundantes que los agudos y sensatos.

Y los tontos contemporáneos ni siquiera se dan cuenta que su adherencia y militancia, asienta y aumenta el sueldo de los profetas que les guían, porque estos profetas, no son los gandhis pobres de la protesta pacífica, sino los gamberros a sueldo que aprietan, descuajeringan la convivencia y no obedecen las leyes, porque ellos tendrán leyes cuando nombren a jueces tan totalitarios como ellos. El acoso a la familia de Canet es parecido a la primera fase del III Reich, cuando se acosaba a las familias judías, y la familia de Canet son los judíos que quieren un 25 % de enseñanza en castellano para sus hijos.