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Cuentan que, en la Prusia de los Hohenzollern, Federico el Grande intentó comprar un molino para derribarlo, pues le molestaba para uno de sus planes. Ante la negativa del propietario, el monarca amenazó con expropiarlo, a lo que el súbdito le contestó «Aún quedan jueces en Berlín». No consta que el ilustrado déspota cambiara leyes fundamentales o jueces para conseguir su objetivo. Por su parte, Tierno Galván, profesor y diputado y alcalde de Madrid por el PSOE, escribió en su prólogo al Espíritu de las Leyes de Montesquieu que «el germen más corruptor de un Gobierno es el poder ejecutivo, que tiende por su propia condición a rebasar los límites» (Ed. Tecnos, Madrid 1985, p. XLII).
Viene ello a cuento, no de las últimas tensiones entre el Gobierno de la Nación y el Tribunal Constitucional (TC), sino de anteriores situaciones. El TC dictaminó que los dos periodos de confinamiento decretados por el Ejecutivo habían sido anticonstitucionales; que su libertad –amigo lector– había sido limitada de forma incorrecta, igual que el cierre del Parlamento, impidiéndose el control efectivo del Gobierno por la oposición. Un hecho gravísimo que en buena parte del siglo XIX hubiera supuesto la dimisión del presidente del Gobierno.

Lo más sonrojante del asunto es que durante las últimas semanas el propio Sr. Sánchez, que según el máximo tribunal de la Nación había vulnerado los derechos de todos los españoles, se apropió de la Constitución de 1978, creó la imagen de que él era su máximo defensor y culpó a la oposición de burlarla. Sus declaraciones en los corrillos del acto del Día de la Constitución fueron el máximo exponente de ese fariseísmo que ya diagnosticara Maquiavelo en su obra El Príncipe. Debe aparentar el Príncipe, decía el florentino, todas las virtudes, aunque no tenga ninguna. Una lástima que nuestro presidente, en lugar de seguir los numerosos ejemplos de virtud y patriotismo que nos aporta Maquiavelo en su obra Discursos sobre la primera década de Tito Livio, haya optada por el realismo político –en el peor de los sentidos del sustantivo y del adjetivo– de El Príncipe y por una de sus ideas fuerza, la separación de moral y política. En todo caso, paciente lector, le recomiendo para estas Navidades –si tiene algún momento de sosiego entre comilonas, compras, juergas y demás actividades que nada tienen que ver con el nacimiento del hijo de Dios– inicie la lectura de los Discursos; quizás le reconforte y perciba que los asuntos de la cosa pública pueden gestionarse de otra manera y sin que la propaganda y la apariencia devoren a la esencial, al bien público.

Para más inri, contrasta el caso omiso que el presidente y sus orfeones (periódicos independientes y filoseparatistas de la mañana y Teleninvisión Española, por ejemplo) hicieron del primer varapalo del TC al Gobierno con la sobreactuación anterior que sirvió para aprobar la moción de censura contra el Sr. Rajoy; una frase que nada tenía que ver con la causa, inserta fuera de las conclusiones de la sentencia y que fue censurada por el Tribunal Supremo. La frase en cuestión fue introducida por el Magistrado José Ricardo de Prada, cercano a la ideología del actual Gobierno y –según algunos– candidato del propio Gobierno a una plaza en el TC. Una frase que permitió al PNV traicionar a Rajoy, eso sí, tras hacer caja vía Presupuestos Generales del Estado y encantó a los separatistas de Cataluña.

Estamos ante una situación que tiene su origen, como tantos males de la Patria, en el Sr. Zapatero que –ni corto ni perezoso– afirmó que aceptaría el Estatuto de Cataluña tal y como saliera del Parlamento de dicha Comunidad Autónoma, pasando por encima de las Cortes Nacionales, el TC, la soberanía nacional y todo lo que se pusiera por en medio

Volviendo al Sr. Sánchez y sus mariachis mediáticos, que son muchos, aplican éstos la ley del embudo; un rigor muy estricto al máximo tribunal de la Nación y ningún rigor para una frase innecesaria, muy probablemente introducida para que el propio Sánchez pudiera acceder a la Presidencia del Gobierno y que –finalmente– fue descalificada por el Supremo. Esa es la triste situación en que no hallamos y que, dejando aparte la cuestión política, es una auténtica vergüenza intelectual y un insulto a los que intentamos analizar la realidad y la Historia sin apriorismos ideológicos. En fin, entre todos los personajes citados en este artículo me quedo con el propietario del molino, que no necesariamente molinero, consciente de sus derechos y, ¿quién lo sabe?, un poco iluso, aunque sea ahora un referente para todos los españoles. Feliz Navidad y un 2023 lleno de ventura a todos ustedes y a los trabajadores del Grupo Serra. Cuiden de su molino, metafóricamente hablando, y de sus derechos y dejemos el embudo y su doble medida en la despensa.