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La rebaja del Impuesto al Valor Añadido (IVA) de ciertos productos de la cesta de la compra será un alivio ínfimo, residual. La opinión pública ha recibido la medida con cierto recelo, ya que no se puede comparar su eficacia y supone un ahorro mínimo. Por decisión del Gobierno central, el pan, la harina, la leche, el queso, los huevos, las frutas, las verduras y las legumbres pasan de tener el IVA del 4 % al 0 %. Mientras que el IVA de la pasta y del aceite pasa del 10 % al 5 %. Será una rebaja testimonial en comparación con el incremento de precios experimentado recientemente. El ahorro para el ciudadano al comprar una barra de pan que costaba 60 céntimos será de dos céntimos, dinero que el Estado dejará de recaudar. Si compraran pasta de macarrones por valor de 100 euros, en lugar de pagar 110 euros como pagábamos hasta diciembre con el IVA incluido, ahora abonaremos 105 euros durante unos meses. Esto, siempre y cuando los establecimientos efectúen la rebaja. Si no, será una subvención directa a las empresas. Y no hay manera de poder comprobar su aplicación. Sin embargo, buena parte de lo que compramos, como los alimentos precocinados, la carne y el pescado, no han experimentado ningún cambio impositivo.

Al contrario que los bonos o ciertas ayudas que han dado las administraciones hasta el momento, la reducción del IVA en algunos productos es universal y, por tanto, todo el mundo se beneficia, con el matiz de que el ahorro representa un porcentaje mayor en los tramos inferiores de renta, ya que destinan una mayor parte de sus ingresos a la alimentación. También la gratuidad del transporte público puede contribuir a aliviar la economía de las familias y, pese a que es universal, es esperable que beneficie más los ciudadanos con menores rentas. Ya se sabe que las políticas universales son menos redistributivas, pero son correctas en la medida en que se combinan con otras más redistributivas, son sostenibles económicamente y tienen beneficios que van más allá de la iniciativa en sí. Por ejemplo, la reducción de la contaminación y de los atascos en el caso de la gratuidad del transporte.

Por tanto, tiene sentido pensar que esta medida tiene también algo de electoralismo, de hacer ver que se hace algo. Y es que controlar la inflación es realmente difícil, y más cuando viene provocada por incrementos del lado de la oferta, no de la demanda. Para ello hay que focalizar esfuerzos en desatascar los cuellos de botella de las cadenas de producción y controlar el precio de la electricidad, como parece que se está consiguiendo.

De esta manera, se ponen parches y se apagan fuegos pero no se aplican cambios en profundidad que puedan transformar la realidad.