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Dicen los expertos que el precio de la vivienda en Balears no va a bajar y que tenemos que acostumbrarnos a pensar con otros puntos de vista. Por ejemplo, abandonar el empeño de instalarnos en Palma y optar por pueblos cercanos, algo menos prohibitivos. Todos sabemos que una ley económica impepinable es que cuando la demanda de cualquier bien aumenta de golpe, el precio sube. Así que si, de pronto, miles de jóvenes palmesanos decidieran conquistar las localidades vecinas, sin duda estas pasarían a formar parte del chiringuito urbanísitico palmesano, con los mismos precios. Pero no sería ese el único problema. Porque en el caso de que eso sucediera, ¿cómo se trasladarían de su domicilio al trabajo, al colegio de los niños, al hipermercado? Por supuesto, en coche. Y eso añadiría más presión al parque automovilístico que padecemos, cifrado por las autoridades en 756 coches por cada mil habitantes. Porque ¿cómo está la red de transporte público entre la capital y los pueblos? De risa. O de vergüenza.

El problema que tenemos a la hora de diseñar ciudades que resuelvan los desafíos de hoy y de mañana es que nuestras estructuras urbanas son de ayer. Y de antes de ayer. Pueblos y ciudades tienen hasta dos mil años y el gran desarrollo experimentado en los siglos XIX y XX respondía a las necesidades de aquel momento, cuando la población era escasa, no había coches ni nada de lo que hoy exigimos. Es todo un reto afrontar ese órdago y solo lo superarán quienes tengan una visión abierta y valiente, capaz de sorprender. Mirar a otros países es una opción, para ver qué están haciendo y cómo. Desde luego apostar por el coche no está en la mente de nadie, sería un suicidio, pero parece que aquí nos condenan a eso, no hay alternativa.