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Las palabras de la semana pasada de la presidenta Armengol no tienen desperdicio. Estoy seguro de que alguien, siendo pequeña, le hizo ver que la fórmula ‘donde dije digo, digo diego', es la mejor estrategia para generar confusión. Un estilo de política –la del arte de la confusión–, que se ha puesto de moda en las campañas electorales con promesas irrealizables y propuestas irreconciliables. El arte de confundir no solo es una marca de éxito en la política actual, es la garantía para vencer sin convencer.

El Govern, veinticuatro horas después de haber dicho que «el catalán no es un problema para traer a profesionales sanitarios», cede a las presiones de sus socios de gobierno y cambia de postura apoyándose en el cumplimiento de su propia ley. Es como si estuviéramos ante la disyuntiva de qué es más importante: ¿la salud o el idioma? El caso es que conozco varios casos de sanitarios que descartaron Baleares por la cuestión lingüística. Lo cual inoportuna la afirmación de la presidenta de que «tendremos los mejores sanitarios y respetaremos los derechos lingüísticos» y condiciona su afirmación de que «la salud es lo primero de todo».

Así, mientras una buena parte de los colectivos sanitarios lamentan una decisión que provocará horas extras a manta, representantes de Obra Cultural Balear celebran el cambio de actitud como una vitoria en el campo de batalla al grito: «Hem guanyat: ¡El Govern rectifica!», como si de una guerra se tratase.

Sigo pensando que el catalán, como el castellano, el inglés o el alemán son elementos culturales, de identidad, de personalidad. La politización de las lenguas las convierte en moneda de cambio que margina, enfrenta y genera conflictos. Tal vez esa sea la razón por la que algunos consideran el cambio de la presidenta Armengol como una victoria en una guerra.