Quisiera compartir con estas líneas el relato resumido de dos situaciones vividas en los últimos días. Del día a día que uno va transitando se deducen, si se está un poco atento, consecuencias siempre a incorporar en el lado bueno de la balanza o en el menos bueno, pero nunca a echar en el pozo oscuro del olvido.
Uno: En una reunión de un cierto nivel académico, con compañeras y compañeros de muy diferente origen geográfico, hemos hablado sin problemas, hemos establecido un diálogo fluido y por su resultado y conclusiones creo que muy positivo, usando de forma tranquila y sin tensiones de ningún tipo, dos idiomas, el castellano y el catalán. Nadie ha impuesto nada, nadie ha dado órdenes de carácter lingüístico. Hemos usado sin problemas la variante del castellano que hablamos en Mallorca, parecido a veces lejanamente al castellano de pongamos Valladolid, lleno de giros y palabras muy peculiares, de ‘mallorquinadas' muy divertidas, y también se ha hablado la variante mallorquina del catalán, tan rica y tan característica de este paraíso llamado Mallorca, a menudo con matices y léxico diferentes a la hablada en los paraísos menorquín y pitiuso. Si en algún momento surgió la duda de interpretación de una palabra o de una frase, con naturalidad y una sonrisa a veces cómplice, se explicaba su sentido, acción recogida siempre con un ah, claro, por supuesto, muy agradable, nunca desagradable. Hablando se entiende la gente, decía el clásico, y esto es lo que importa, esto es lo que hicimos, a gusto de todos. Y además caminamos por una senda que cultural y socialmente –dos matices que deberían ser confluyentes– debe proteger y cuidar ambos idiomas, los dos nuestros, los dos formando parte de nuestra vida. Educación y ganas de entenderse, dos objetivos irrenunciables.
Dos: Estaba yo sentado en un bar de una ciudad española y vino el camarero y me preguntó qué deseaba el señor tomar, quizá una buena cervecita con unos taquitos de un queso buenísimo que hoy ofrecemos como tapa, añadió. Corría la que alguien llamó la incierta hora del mediodía y a mí la sugerencia me sonó a música celestial, o a sonata de Mozart, que viene a ser lo mismo.
Evidentemente que con mi mejor sonrisa contesté que adelante, vamos con la cervecita y la tapa, yo que iba a por mi Negroni de reglamento. Y me quedé encantado, pero no por lo que se iba a depositar en mi mesa, que también, sino por el trato. No me habían dicho aquello de qué va a ser, jefe, que te apetece, una manera a mi modo de entender profundamente incorrecta de dirigirse a un cliente, pero desafortunadamente no infrecuente. No soy el jefe de ningún camarero ni tampoco de ningún dependiente de tienda de cualquier tipo, pero con alguna frecuencia soy ascendido a mi pesar y sin mi autorización a semejante condición. Además, no disfruto de la amistad de estas personas, ni siquiera hemos sido presentados. Acepto que se puede tutear y ser muy correcto y tratar de usted y sin embargo caer en la peor grosería, pero me gusta que en principio me traten de usted personas a las que no tengo el gusto de conocer. Quizá es un deseo trasnochado, pero lo considero signo y síntoma de una buena educación que lamentablemente creo en trance de desaparición.
Manejo tranquilo y positivo de dos idiomas que forman parte de nuestro código personal más íntimo, somos mallorquines y españoles, o esto creo yo. Esto es una bendición, disfrutar de dos culturas que han sido coincidentes en muchos aspectos, en otros no, pero que siempre han enriquecido la vida y los sentimientos de quienes las hemos vivido no desde la confrontación improductiva sino desde la complicidad y la armonía fructíferas.
Educación en el trato con todos los que te rodean, habitual o esporádicamente, para que esta convivencia sea agradable y aporte, desde el respeto mutuo, algo parecido a la felicidad compartida, esto que Gabriel García Márquez, el gran Gabo, dijo que cura lo que no cura la Medicina. Y lo recuerda aquí un médico.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.