Unos años antes de caer el muro de Berlín, unos académicos estudiaron el consumo de televisión en Berlín Oriental. La televisión occidental llegaba con calidad a los discípulos de Honecker, de manera que se esperaba que los datos probarían que el sufrido comunista era un consumidor de información política occidental. Sin embargo, a los alemanes del Este les enloquecía JR, el protagonista de Dallas, la serie de televisión americana. La política la dejaban para otro día. O para otra vida. Cuando años después el muro se vino abajo, los berlineses que corrían a la zona occidental iban disparados a Kaufhof, los grandes almacenes, para ver productos de consumo. Buscaban a Louis Vuitton más que a Jürgen Habermas. Nadie se arremolinó en las librerías sino que hacían cola en las tiendas de moda.
Hoy, los cubanos que huyen de las maravillas socialistas y que usan YouTube para ganarse unos eurillos, muestran atónitos la variedad de champús, huevos y comidas preparadas que ofrece Mercadona, sin reparar en la libertad de que disfrutan. Les enloquece Zara más que nuestros parlamentos autonómicos; se acuerdan más de las escaleras mecánicas de los centros comerciales o de las hamburguesas de McDonalds, que de la diferencia entre nuestra prensa y el horrible Granma.
Pura naturaleza humana. Incluso ante el más despótico de los regímenes, siempre buscamos placer, aunque sea simple consumismo. Placer antes que política: hemos de vivir y no sólo sufrir. No hay quien aguante toda la vida dando la matraca por las causas justas. ¿Qué creía usted que es el régimen chino? Mucho consumismo, poca libertad. Y funciona, aunque chirríe.
¡Cómo sorprenderse pues de que un mallorquín de hoy piense más en las vacaciones del año que viene que no en tal o cual intromisión política en sus derechos fundamentales! Tanto hablar de ineficacia pública, de instituciones llenas de aprovechados y, sin embargo, nuestras vidas no cambian. Dejemos estas zarandajas para los quejicas y vayamos ya a la agencia de viajes, que no hay cuerpo que aguante. Ya veremos en qué acaba esto. Porque siempre acaba. Siempre. Arreglemos el enchufe para el trabajo del niño ahora, que el mercado laboral no lo vamos a cambiar.
Porque, en verdad, hoy en España nadie está realmente pasando hambre. Algunos dicen que están mal, pero nadie va a mover un dedo mientras nuestra situación personal no esté en peligro. Que espabilen. Que les manden una ONG. Dicen que estamos hipotecando a los que vendrán, pero yo soy de los que ya hemos venido, y tenemos bastante con lo nuestro. Hay que ser generoso, claro, pero empezando por uno mismo. Armengol: endéudanos, danos tranvías y que paguen los nietos.
Occidente, Europa, España y, por supuesto nosotros en Baleares, no estamos para perder tiempo en injusticias. A nosotros nadie nos protegió de los hijos de los franquistas. No nos engañemos, el país no puede estar yendo tan mal si a nosotros nos va bien. No nos vengan con problemas. Así que ni yo mismo me leo, como es lógico. Si lo hago es por la ortografía, cuidándome de no atender al contenido.
Algunos aguafiestas dicen que hay injusticias. Pero las ha habido siempre. Nada nuevo bajo el sol. La mentira siempre ha estado ahí pero la oportunidad de disfrutar, no. Y este tren no pasa dos veces. Eso es el postmodernismo: vive y no te preocupes; el Estado te ha de proteger.
Hace poco leí un libro sobre qué preocupaba a los alemanes, por entonces uno de los pueblos más cultos del mundo, entre 1933 y 1938: salvo unos pocos amargados que terminaron por marcharse del país, los demás intentaban adaptarse al entorno, seguir adelante, ser uno más, pasar desapercibidos, enriquecerse si era el caso. No odiaban a los judíos, pero qué pena la que les ha caído.
El conformismo tampoco acaba siempre tan mal como en esa Alemania. No sería la primera vez que surge inesperadamente un movimiento que lo cambia todo. En una de esas aquí nos tocan gobernantes ejemplares. Quién sabe si el que sigue a Sánchez es mejor. Igual mañana los vascos quieran convivir en España. Hasta puede que un día el catalanismo deje de ser rupturista. Tal vez mañana España se convierte en modelo para el resto del mundo.
Mis años como profesor me han ilustrado: los responsables son minoría; los que se preocupan, sufren; prever es para amargados. La mayoría no quiere cargas: un sueldo, derechos, pero nada de complicaciones. Uno está para disfrutar del mundo, no para cambiarlo. Esto de los derechos es maravilloso; pero que otros se encarguen de las obligaciones.
Así que en el próximo artículo les hablaré de las últimas ‘gangas' en viajes, que esto sí merece la pena.
1 comentario
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Gran article. Avui tothom exigeix els seus drets, però les obligacions ja tal. Hem perdut la consciència de classe, els que arriben a final de mes se senten classe mitja i els autònoms se pensen jugar a la lliga de l'Ibex