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Para que la propuesta de paz en Ucrania de Lula da Silva fuera viable, sólo le faltaría una cosa: precisión. Según el presidente de Brasil la solución para acabar con ese genocidio desatado por el Kremlin es muy sencilla: que Ucrania conserve su territorio, Rusia el suyo, y asunto concluido. ¿Cómo no se le había ocurrido antes a nadie? Pues por una razón aparatosamente obvia, porque mientras que está muy claro cual es el territorio nacional de Ucrania, el que se definió en su independencia de la Unión Soviética, no lo está tanto para Rusia, que supone que las partes de ese territorio ucraniano que ha invadido, Crimea, el Donbass y otras, son suyas. ¿Y para Lula? ¿Cual es el territorio que, según él, pertenece a uno y otro? Parecería que la imprecisión del bueno de Lula, cuando el derecho internacional establece y reconoce inequívocamente el territorio ucraniano en su integridad, con Crimea, con el Donbass y con los otros ocupados, es algo más que una imprecisión.

Admira y conmueve el llamamiento de Lula a la paz. Salvo a Putin, a sus pares y a los fabricantes y traficantes de armas, a nadie le gusta esa guerra que está destruyendo un país, cosechando miles de muertos y heridos, millones de refugiados, y creando un abismo de odio entre dos pueblos hermanos, pero por eso mismo, porque repugna esa guerra y se ansía la paz, se necesitaría una propuesta para conseguirla no sólo más precisa, sino mucho más seria y más valiente que la ofrecida por el mandatario brasileño.

Se podría entender que Brasil/Lula no quiera posicionarse ni involucrarse en el conflicto por conveniencia nacional, pero una cosa es querer, y otra, poder, y ni Brasil ni ningún país puede sustraerse a los efectos de ese conflicto global, ni puede, en consecuencia, fingir una imposible neutralidad o equidistancia. Y mucho menos puede, para disimular, ofrecer una propuesta de paz de las características de la expuesta, cuya imprecisión, tan grata para el ocupante, aleja más si cabe la paz.