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Sabido es que las sesiones de control al Gobierno se convierten en sesiones de insultos al Gobierno, hurtando así a los españoles la posibilidad de que controlen su acción, sus proyectos y sus derivas a través de sus representantes parlamentarios. Éstos, sin embargo, prefieren antes cubrir el expediente con el trazo grueso de la bronca tabernaria que con el escrutinio racional que a cambio de su sueldo y de sus privilegios cabría exigírseles. O dicho de otro modo: es más fácil llamar filoterrorista al presidente Sánchez, que exponer alternativas positivas y coherentes a su, según Inés Arrimadas, «gobierno de pesadilla». A la izquierda no le gusta nada que gobierne la derecha, pero a ésta no es que no le guste, sino que no soporta que gobierne la izquierda.

Desde el minuto uno, no bien Sánchez se mudó a La Moncloa, no ha parado de hiperventilar, y esa ansiedad, casi más física y patológica que política, ha llegado a un extremo más que preocupante en vísperas de elecciones. Eso de que los sondeos no terminen de confirmar que el ‘sanchismo’ vaya a morder el polvo en municipios y regiones como prólogo de su finiquito total, tiene a esa derecha montaraz tan convulsionada que ya sólo se le ocurre anunciar una especie de Apocalipsis si no gana.

Lo de aterrorizar a la gente con lo que pasaría si no gana uno, no es nuevo, pero el discurso que argumenta ese susto se puede trabajar más o menos, y ni Vox, ni el PP, ni Cs se lo han trabajado y si no fuera porque la parte gubernamental de Podemos se lo pone en bandeja cada dos por tres, absolutamente nada. Por lo demás, tampoco llevan bien que Pedro Sánchez sea un tipo frío, mucho más de lo que lo era Zapatero al que la derecha también ponía como chupa de dómine, y que, por serlo, alcance a bordar ese dontancredismo que a la reacción tanto exaspera. Dice Sánchez que comprende la frustración de la derecha porque anuncia un Apocalipsis que no llega. Llegará, pero sólo cuando aparezca, anunciándolo, el profeta Elías en su carro de fuego.