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Solo gobernaremos si ganamos. Estas palabras, pronunciadas por Núñez Feijóo en Valencia, abren múltiples interpretaciones. ¿Renuncia el PP a gobernar si, quedando en segunda posición, podría hacerlo aliándose con Vox (o con otros)? Es un paso adelante en la misma línea de su propuesta de llegar a un pacto (con el PSOE) para que gobierne el más votado. Una pretensión interesante pronto descalificada desde los predios socialistas y de los partidos minoritarios. Sin embargo, en pureza democrática lo lógico sería que quien gane, gobierne. Olvidar alianzas con extraños compañeros de cama, como decía Churchill. Nadie duda de que Vox es la peor pesadilla del PP, como Unidas Podemos lo es del PSOE. El mayor compromiso de gobernación habría de ser entre las formaciones mayoritarias, no para fomentar el bipartidismo (que también), sino para dar estabilidad a un sistema que debería modificar ya la normativa electoral para cambiar el sistema actual por uno de corte presidencialista, con elección final a dos vueltas, como en Francia y tantos otros lugares. Pero olvídese de eso: no ocurrirá. No a corto plazo, cuando menos.

Y, así, estamos abocados a repetir, tras las elecciones generales, intentos como el del gobierno Frankenstein, que tantas concesiones nefastas ha provocado, o a permanecer, como en 2016, muchos meses en una seria inestabilidad política porque los partidos no logran consolidar una mayoría de gobierno, lo que haría que el Ejecutivo actual de Pedro Sánchez pudiese prolongar más tiempo sus funciones, incluso hasta bien entrado 2024. He de reconocer a Feijóo el mérito de haber sido el primero en lanzar la propuesta de que gobierne el más votado en todas las escalas. Un mérito si usted quiere matizado por el hecho de que el presidente del PP considera que, como señalan las encuestas, el más votado sería él, cosa que, a mi entender, dista bastante de ser segura. Pero lo que me paree seguro es que hay que cambiar las bases que rigen las elecciones en España.