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Tengo la sensación de que en la nueva izquierda el problema de fondo es el feminismo. Yolanda Díaz es comunista –de casta le viene al galgo– y abogada laboralista y se le nota. No dudo de su compromiso con el feminismo –supuestamente todo izquierdista lo asume, aunque a la hora de la verdad haya que cuestionarse muchas cosas–, pero siempre pone el foco en las relaciones laborales, en los derechos de los trabajadores y en atacar al empresariado por sus abusos y desmanes. Últimamente también la hemos visto enarbolando la bandera del ecologismo, sobre todo desde la polémica con los regadíos de Doñana. Sin embargo, a la hora de conformar su chiringuito político particular –contra viento y marea, como una apisonadora– está teniendo graves problemas con Irene Montero, adalid del feminismo –según muchos, radical– en este país. La ministra de Igualdad se ha quemado por completo, eso lo tenemos todos clarísimo. Y lo ha hecho, no solo por la salvaje campaña mediática que ha soportado desde que salió a la palestra, sino de la mano de la ley del ‘solo sí es sí' que pretendía poner freno a salvajadas como las de la manada de Pamplona y ha tenido un efecto, como mínimo, desesperanzador. Por eso me temo que ahora que de lo que se trata es de sumar votos y amarrar cargos públicos, la Díaz preferirá alejarse al menos de cara a la galería tanto de la Montero como del feminismo. Ese afán de visibilizar al colectivo trans y de acelerar reformas que muchos no comprenden no lo veo en la líder de Sumar. Al margen del egocentrismo obvio y de la figurera de esta mujer, creo que su lucha es laboral, económica, mucho más que social, aunque ambas estrategias tengan que ir de la mano.