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Este sábado concluía el plazo para que se constituyan los ayuntamientos tras las elecciones del 28-M. Y en unos días terminará el de los gobiernos autonómicos. Llevamos semanas despertándonos con noticias desalentadoras que hablan de la imposibilidad de llegar a acuerdos en muchos lugares donde no se han producido mayorías claras. La política, dicen, es el arte de la negociación. Ese tira y afloja que tantas veces se ha criticado cuando partidos minoritarios exigen su «impuesto revolucionario» a las grandes formaciones para sacar adelante leyes para las que no cuentan con suficientes apoyos. Durante décadas, los vascos y los catalanes, grupos minoritarios en el Parlamento nacional, han sido expertos en esa especie de chantaje que a ellos les sirve para mejorar la vida de sus representados obteniendo ventajas para sus comunidades autónomas, y a sus interlocutores les da carta blanca en su política de gobernabilidad, lo que supuestamente favorece a todos. Puede parecer feo o inapropiado, pero de eso trata la política, de llegar a acuerdos, pactos que, a la postre, beneficien a los ciudadanos. Y ahí es donde se está viendo cómo fallan estrepitosamente muchos políticos. Sin amplitud de miras, obcecados en sus mierdas, sin pensar en ningún momento en el pueblo al que dicen representar. Solo quieren poltronas, cargos y presupuestos. Poder. Un verdadero político debe saber hasta dónde presionar y cuándo ceder. Especialmente cuando no tiene suficientes votos. Hay líneas rojas y la más importante es la ambición personal, el afán primitivo de acumular poder, dinero y capacidad de mangoneo. Y eso, ay, lo vemos demasiado en la clase política actual. Tanto ego y figurera no pueden traer nada bueno. Repetir elecciones será la peor de las opciones.