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El futbolista Dani Alves concede una entrevista en prisión, donde intencionadamente o no se blanquea a un sospechoso de cometer una agresión sexual. Me inclino más por lo primero. Existe una presunta víctima y con esta entrevista el medio de comunicación se pasa por el forro sus derechos. El periodismo no debería atribuirse actitudes de un juez. Al menos, debería ser un periodismo constructivo, adecuado a la modernidad de un país. Evidentemente, un panfleto sensacionalista como es El programa de Ana Rosa no es el paradigma del periodismo, pero un periódico serio como el de La Vanguardia sorprende. Porque es una periodista de este diario quien ha entrevistado a Alves y lo ha compartido en el panfleto de las mañanas en la tele. No resulta adecuado para un proceso judicial que sigue su marcha que el sospechoso se dedique a «perdonar» a la supuesta víctima en una actitud condescendiente y claramente amparada por la repentina sensación de poder que le otorga la entrevista. Sus declaraciones producen movimiento en la opinión pública. No deja de surgir gente que se posiciona a su favor porque la imagen del sospechoso en la prensa resulta atractiva.

Juega con el favoritismo de los seguidores del Barça que ridiculamente lo defienden por amor a sus colores. Una jueza le mantiene en prisión y será porque los indicios en su contra no pueden ser más notorios. Luego llegará el juicio y veremos si se confirman. Mientras tanto, vergonzosamente, la supuesta víctima que no ha hablado ni lo hará en ningún medio de comunicación sino solo frente a la jueza, está siendo víctima de un sistema que está dando voz al sospechoso, un hombre del que resulta incomprensible que estuviera flirteando en la discoteca Sutton mientras la madre de la que era su esposa, Joana Sanz, iba a fallecer pocos días después. Mas cuando pone por delante su amor por ella.