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Ha colgado el cartel de traslado en la fachada y después de veinte años en el mismo sitio, ha decidido mudarse. «Es una decisión empresarial», señala el comerciante. Ha echado cuentas y no le sale seguir en el mismo local, dice que el propietario le quiere subir el alquiler. Tras intentar negociar, se va cuatro calles más lejos del Casc Antic, donde estaba hasta ahora. «Pago más de alquiler que de impuestos», afirma enfadado. Porque ha cundido el mantra de que se pagan demasiados impuestos y se piden rebajas a las instituciones públicas; una rebaja que intenta hacer más viable un pequeño negocio. Curiosamente, no hay una movilización masiva para pedir una rebaja del alquiler, que impone el propietario del local. «He intentado negociar con el propietario pero no hay manera, no quiere rebajarlo. Sabe que encontrará a alguien que le pague más.

Lo que no tengo tan claro es que al que venga, le salga rentable», confiesa el comerciante que abandona el Casc Antic. ¿Abrirá una tienda una multinacional en su lugar? «Al final, son los únicos que pueden pagar estos alquileres», dice el comerciante que ya lo está metiendo todo en cajas y que no quiere que aparezca su nombre. Se ha dado por bueno pagar 8.000 euros por un local y se asume que no hay posibilidad de negociación, una sangría para un pequeño comerciante. Sin embargo, nos rasgamos las vestiduras por abonar impuestos. A mí me vuelve a tocar pagar la declaración de la renta, lo normal cuando se tiene más de un pagador. Luego pienso en la educación pública, el hospital de Son Espases o los 40 millones de dinero público que se están inyectando en la reforma del Passeig Marítim. Al final salimos ganando todos.