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Hoy se celebra en buena parte del mundo el Día del Orgullo, aunque todavía existen lugares donde no es fácil salir del armario, mostrarte tal como eres y vivir tu vida según te parezca. En algunos se considera un delito y los hay donde te haces merecedor de la horca. Esperemos que, con la deriva neofascista que experimenta la sociedad española, no nos encaminemos también hacia esos barrizales. Gracias a las políticas activas de diversos gobiernos progresistas, España aparece en las estadísticas mundiales como uno de los países más abiertos y protectores con el colectivo LGTBI y, sin embargo, queda mucho camino por recorrer. Hoy veremos las redes sociales llenarse de idioteces típicas de fechas como esta en la que algunos tarados exigirán también celebrar «el orgullo hetero». Estamos acostumbrados, por desgracia, igual que vemos periódicamente vídeos sobre ataques violentos en el metro o en la calle a personas del colectivo.

Visibilizar cualquier discriminación es necesario hasta que desaparezca. Me temo que moriremos de viejos y no lo habremos logrado. Porque falta educación, sensibilidad y, sobre todo, respeto; el mal endémico de este país donde casi todos se creen mejores que el resto. Los datos hablan con frialdad y no son buenos. En 1990, hace tres décadas, la homosexualidad salió del catálogo de enfermedades mentales. Solo fue el principio. Todavía hoy miles de personas sufren agresiones y acoso, son objeto de burla, insultos, cuchicheos y miradas humillantes. Muchos se han sentido discriminados en el ámbito laboral, estudiantil y familiar. Los discursos de odio están a la orden del día. Por eso celebramos hoy y, lamentablemente, seguiremos haciéndolo durante mucho tiempo.