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Rompetechos no va a poder ir a votar el domingo, aunque de haber podido y de haber querido ir, vaya usted a saber con qué habría confundido la urna, y por qué ranura habría introducido la papeleta. Rompetechos, es decir, Francisco Ibáñez, no va a poder ir a votar el domingo, pero de haber podido y de haber querido ir, su voto tendría un valor extraordinario, pues sería el de un hombre que, en el tiempo de violencia, injusticia y miseria moral que le tocó vivir, se entregó absolutamente al trabajo de hacer felices a los demás.

Cuantos tenemos una edad, aprendimos a leer con él, y en consecuencia, andando el tiempo, a escribir. Porque Ibáñez dibujaba por la necesidad de dar forma visual a sus historias, a sus gags, pero nunca construyó una viñeta, y mucho menos una página, sin haberlas escrito antes. Así, los que tenemos una edad, leíamos los tebeos cuando apenas teníamos edad ninguna, y no los mirábamos solo como ahora. Ahora ya no hay tebeos, hay cómics, pero son más de mirar que de otra cosa.

Había escritores de periódicos, y había escritores de tebeos. Con Ibáñez, y tan explotados por la industria como él, los Vázquez, Enrich, Coll, Escobar, Schmidt, Peñarroya y compañía, enseñaron a los niños de los 60 del pasado siglo a leer, y lo hicieron de la canónica y bendita manera de instruir deleitando. Tío Vivo, DDT, Pulgarcito, TBO, Jaimito, Pumby y demás integraban la fabulosa biblioteca infantil que se renovaba constantemente, pues, una vez leídos, los tebeos se llevaban a cambiar, procurando escoger los menos manoseados.

Rompetechos, el cegato calvo y bajito que veía el mundo a su manera, no sólo era, de todos sus personajes, el favorito del gran creador Francisco Ibáñez, sino que era él mismo. Nunca sabremos qué votaría el domingo, pero seguro que a ninguno de esos instalados en la ignorancia y el odio, que segarían, si pudieran, las ganas de reír.