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A veces me siento extranjera en Mallorca. Creo que no soy una excepción. No es una sensación agradable, cuando en un bar, un restaurante, o cualquier lugar de ocio te tratan como a un turista cualquiera (con todo mi respeto por los turistas que son el sustento económico de nuestra isla). Sin embargo, los mallorquines somos parte de la isla, o puede que la isla sea parte de nosotros y de nuestra alma. Eso, que me parece algo obvio, se olvida demasiado a menudo. Por esta razón agradezco profundamente cuando un profesional del servicio turístico me habla en mallorquín. Siento que se establece una complicidad y una conexión que va más allá de lo explicable.

Estuve en el Purobeachclub de Illetas, que, como se define a sí mismo, es un auténtico oasis de mar.
Me pareció un lugar elegante, con clase, un pedacito de paraíso desde donde disfrutar las vistas de un mar espectacular. El mar de Mallorca me ha acompañado siempre. Soy hija de esta tierra de contrastes y de belleza. Me siento orgullosa de ello. Allí conocí a un muchacho encantador, Miquel Monserrat, quien junto a su hermano, Toni Pericàs, se encarga de la magnífica recepción del club. Son profesionales fantásticos, prestos a solucionar cualquier problema o dificultad, amables, y competentes. Sin embargo, lo que más me gustó de ambos fue su capacidad de saber tratar muy bien a los turistas, que por supuesto merecen un trato exquisito, y también a los mallorquines, que aunque éramos pocos, nos alegramos con su conversación espontánea y fluida en nuestra lengua.

El Purobeachclub de Illetas en un oasis lejos del torbellino, la prisa y el estrés. Es un lugar para relajarse y mirar al mar, simplemente. También para nadar, tomar el sol, disfrutar un cóctel, darse un masaje, leer, escribir. O disfrutar de una estupenda comida en su restaurante. Es un rincón de Mallorca donde el tiempo se detiene y la belleza del paisaje nos conmueve.