TW
0

Alfonso Guerra en su intervención en el Congreso del PSOE, en Suresnes, en el exilio, en 1974, citó la frase falsamente atribuida al canciller Bismarck diciendo «estoy firmemente convencido que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y no lo ha conseguido».
Se expresó así ante la enorme inquietud que había provocado la aprobación del punto 11 de la ‘Declaración de septiembre’ que hablaba del reconocimiento del derecho de autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas. Nada menos. Está claro que contra Franco valía todo. ¡Qué ironía del destino que casi 50 años después, el candidato Sánchez solo pueda ser elegido presidente del Gobierno si le apoyan los que defienden ese derecho de autodeterminación!

Por lo demás, no es que andemos destruyéndonos en las distintas votaciones, pero asombramos al votar. El PSOE, de mayo a julio, ha obtenido casi un millón y medio más de votos, lo que supone un incremento de casi el 19 % que ha contrarrestado el aumento de un millón de votos del PP. Se diría que en las elecciones locales nos permitimos frivolidades con el voto pero que en las generales el peso de los dos grandes partidos se impone. Cada vez que el PP se ha empeñado en la destrucción cultural del adversario creyendo que tenía segura la victoria, ha fracasado. Lo único que consigue es la movilización de la izquierda apática y la masiva concentración del voto útil en el PSOE.

En medios de la derecha, ahora mismo se tiran del pelo y se preguntan cómo es posible que un traidor (es lo menos fuerte que le han llamado a Sánchez) haya resucitado. Hay una constante que no falla. En las encuestas de los últimos años el español medio se define básicamente de centro (entre 4 y 6) siendo 10 la extrema derecha. Y ese mismo español medio coloca al PSOE entre 4 y 5 pero, lo que es muy grave, coloca al PP en los últimos 10 años en el 8. Así lo tiene muy difícil el PP.

Lo que está claro es que nada está claro y que las mayorías fáciles para gobernar solo están al alcance de políticos como Felipe González o José María Aznar. Los españoles votamos de manera sorprendente.
El esquema de la Transición ha volado por los aires para consolidar una confrontación entre dos bloques ideológicos y cada uno quiere imponerse, machacando al otro. El problema es que las urnas, una y otra vez, niegan la concluyente victoria a cualquiera de los dos. Algo debería ser innegociable. No se puede gobernar con quienes quieren dinamitar la unidad del país o con quienes quieren sabotear la democracia. De verdad, no hay quien nos entienda.