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Después de haber podido constatar hace una semana que las elecciones ya no son asunto de convicciones y argumentos sino de emociones, creo que no tenemos por qué hacer caso de los resultados, puesto que son mero sentimiento. Y, como todo el mundo sabe –porque lo experimenta en carne propia–, los sentimientos son algo de lo más cambiante y efímero. Se podría decir que ni siquiera son muy de fiar, puesto que hoy queremos una cosa y, mañana, la contraria. Un día amamos a alguien y al otro, lo despreciamos. Es que ni lo soportamos. Lo único que queremos es que nos lo quiten de delante. Por favor, que se vaya… Es decir, que si en lugar de con la cabeza votamos con el corazón, ¿qué credibilidad pueden tener las cifras que marcan el contador? El carácter sentimental de nuestros actos –en este caso ir a votar– no puede derivar en datos fiables. Y lo pudimos ver perfectamente en toda clase de gráficos y comentarios el mismo 23 de julio por la noche. De pronto la pantalla se llenó de globitos rojos y azules –de la izquierda y de la derecha, respectivamente–, todos de diferente tamaño, en los que venían escritos los sentimientos más comunes. Por ejemplo, mientras que la derecha se ha mostrado, sobre todo, preocupada e ilusionada, aunque también enfadada, la izquierda se ha caracterizado particularmente por su desánimo. En cuanto a indiferencia, han empatado. Normal; los indiferentes se corresponden con esa población que ni fu ni fa, seres humanos de sentimientos más bien desdibujados, gente desaborida sin más. En realidad, es una desgracia que las cosas hayan decaído de esta manera. Pero es un declive lógico, pues se corresponde con esta sociedad infantiloide en la estamos inmersos tanto si nos gusta como si no. Probablemente, no podría ser de otra forma, teniendo en cuenta que incluso nuestros escolares de primaria dedican cada día bastante tiempo a aprender a identificar si están tristes, contentos, asustados o furiosos. Hoy reconocer nuestros sentimientos es lo más prioritario de nuestras vidas. Primero, debemos saber cómo estamos y, ya después, actuaremos en consecuencia. Es decir, que si estás enfadado eres de derechas, y si estás de bajón, de izquierdas. Y no se hable más.