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El próximo 12 de septiembre, martes, gracias al soberano y buen criterio de Llorenç Galmés, Mallorca volverá a celebrar el 12 de septiembre como «Diada de la isla», recordando una fecha histórica de singular relieve: la jura de sus libertades y franquezas por su primer rey privativo, Jaume II, el savi i bon rei, instaurador de nuestra Monarquía privativa. La fiesta comenzó a celebrarse en 1997, siendo presidenta del Consell insular Maria Antònia Munar. Durante el mandato de Francina Armengol, entre 2007 y 2011, pudo mantenerse, pero al llegar el pesemero Miquel Ensenyat en 2016, se trasladó al 31 de diciembre, fecha de la conquista de la capital por Jaume I en 1229, día en que fueron pasados a cuchillo miles de palmesanos musulmanes y clave de la conquista.

Una y otra fecha responden a un profundo y muy distinto significado. Ambas son inapropiadas para mover a la gente. El 12 de septiembre aún no nos hemos sacudido la resaca veraniega y la gente celebra en familia el dulce nombre de María, y el 31 de diciembre estamos pendientes de las últimas compras de fin de año. Sin embargo, como decíamos, ambas fechas disponen de profundo significado político. Los regionalistas, aquellos que se sienten mallorquines más que nada, gustan de unir la efeméride al nacimiento de la Monarquía mallorquina y la jura de sus privilegios, incluida su bandera. Los catalanistas, que ven la razón de ser nacional de la Isla en su incorporación a Cataluña, prefieren la fecha en que la toma de la ciudad pasó a ser una conquista catalana. Poco les importa que quien alzase la bandera sobre las murallas de Palma fuese un Pérez de Pina, aragonés que pronto regresaría a su patria, ni que junto a barceloneses y ampurdaneses, vinieran centenares de roselloneses y provenzales para quedarse para siempre entre nosotros, ni la impronta de los tortosins de la Orden del Temple, que dejarían en Pollença su peculiar hablar, sabedores de que eran templarios antes que mallorquines y catalanes del conde de Barcelona

El hecho es que la fecha conmemorativa de nuestra «nacionalidad» nos divide en lugar de sumar. Yo la de septiembre se la recomendé a Maria Antònia en tiempos en que me hacía mucho caso. Igualmente se la recomendaron Pablo Cateura y otros historiadores. Nuestros informes espero que aún sigan en los archivos del Consell insular, al igual que los de veinte años después, pero da lo mismo. Los catalanistas querrán sacar la bandera catalana el 31 de diciembre, recordando que es una de las más antiguas fiestas de Europa, y tienen razón, y los regionalistas seguiremos buscando una fecha de concordia que nunca llegará. Ostentaremos la bandera mallorquina que nos dejó el rey Sanxo, junto a la española que nos llevó a la gran carrera de las Américas y condicionaría nuestra historia moderna, pero poco más.

Así somos y seremos siempre los mallorquines, tribales y divisionistas, sempre demanant aquest qui es? Lo de que el pirata Dragut fuese musulmán poco importa a los pollensins de hoy, muchos de ellos sin templo alguno al que entrar. Aun menos importa, para los pacifistas de izquierdas, el hecho de que el 31 de diciembre constituya el recuerdo de la mayor de nuestras masacres. Todo vale en base a nuestros intereses políticos o nuestras fobias personales.