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Ignoraba que los piratas, en particular los del Caribe, fueran aficionados a las gominolas, pero debe ser que Francis Drake o Barbanegra se ponían tibios a gominolas con forma de plátano u osito. Un mito de lo de la botella de ron. Golosinas y al abordaje. Hace ya tiempo que apareció una tienda en el centro de Palma con el reclamo de las chuches de los piratas. Haciendo turismo se puede encontrar uno con comercios análogos en casi cualquier ciudad que junte a algunos miles de visitantes al año. Sevilla, Madrid, Granada, Valencia... En Francia en sitios más o menos medievales. Siempre las mismas chucherías en locales bien situados. Gominolas caras y sin gran diferencia respecto a cualquier kiosko. Y siempre con piratas. Cerca es posible encontrar réplicas de espadas, escudos y armas de orcos y elfos. Acero de Toledo por doquier, pero lo de los caramelos es más chocante. La extensión del fenómeno indica, sin duda, que la gente pica. Se va una familia a una ciudad cualquiera y a comprar: los niños se pondrán pesados por la combinación de dulce y piratas y el negocio da por hecho que sus clientes solo comprarán una vez en la vida allí. En pocos años, todo el mundo habrá pasado ya por una tienda de las distintas cadenas que explotan la fórmula bucanero con golosina y mutarán en dinosaurios con helados o en alienígenas consumidores de chocolatinas. Entre espadas, franquicias, souvenires y otros ganchos todo se convierte en lo mismo. La parte más distintiva del lugar que se visita se hace igual al de cualquier otro sitio y eso, es más evidente para quienes ya salen de un lugar afectado por el mismo síndrome.