TW
0

Me tomo la libertad de titular de este modo porque aires zarzueleros no le faltan al caso Rubiales. Y porque vamos camino de convertirlo en leyenda. Me parece que el desenlace nunca va a estar a la altura del atronador reproche mediático por el beso robado a Jennifer Hermoso. Todo parte de las dificultades conceptuales que se presentan cuando tratamos de explorar las conductas a la luz de la llamada cultura de la violación: ¿Alguien cree de verdad que el beso de Rubiales fue una agresión sexual?.

Nadie lo tiene claro, salvo la FIFA (Federación Internacional de Futbol), que procedió inmediatamente a la inhabilitación temporal (90 días) de Rubiales, mientras se sustancia un expediente disciplinario. Pero en España la Fiscalía no acaba de ver el comportamiento de Rubiales como un supuesto delictivo del Código Penal (agresión sexual, sería el tipo) y el TAD (Tribunal de Disciplina Deportiva) duda seriamente ante los requerimientos del CSD (Consejo Superior de Deportes) para la suspensión cautelar del todavía presidente de la RFEF.

La opinión pública está dividida y se mueve bajo un imperativo feminista que bloquea los matices del culebrón en un contexto determinado y el propio Gobierno, a través del CSD, parece más preocupado por el daño reputacional causado a la marca España que por la defensa de un principio universal: los derechos de la mujer.

Dicho todo lo cual, creo que el ya célebre beso robado de Rubiales es lo de menos en una secuencia que retrata a un personaje indigno de representar al deporte español.

Tengo escrito que, como la oscuridad favorece a las cucarachas, es verdad que el beso de Rubiales ha servido para arrojar luz sobre la oscura trama organizativa del fútbol español. Una trama poco auditada y muy consentida por el Gobierno de Sánchez hasta que el feminismo oficial se puso en pie de guerra. Único motivo de agradecimiento a las feministas pues, según reconoce la propia ministra Montero, no vivimos en un país machista.

Muy de acuerdo, ministra.