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Bajo las órdenes del psicópata de Moscú, el Ejército ruso se ha convertido en un ejército regular terrorista. Sus habilidades para bombardear escuelas, hospitales, población civil y mercados, pueden incorporarse a esa Historia Universal de la Infamia, escrita y publicada por Borges, antes de que Putin fuera un espía, delator para el KGB de ciudadanos alemanes, que no eran buenos comunistas.

La eficacia de estos terroristas, con disfraz de ejército regular, es para entrar en el libro de los récords. Ni el bombardeo de Gernika, de Franco, ni el de Cabra, llevado a cabo por los republicanos alcanzan las respetuosas dimensiones de la masacre que ha logrado el ejército terrorista ruso con su eficacia, disparando contra niños, enfermos, médicos, hombres y mujeres de paisano. Estos etarras con uniforme de su país están colocando a sus jefes en una posición que bascula entre la falta de eficacia profesional y la vergüenza de tener que matar a personas sin uniforme para ganar una guerra.

Tengo un par de buenos amigos militares vivos, y he mantenido relaciones de afecto con un par de ellos, desgraciadamente ya muertos, y me constan las virtudes, la nobleza, el sacrificio, el magro sueldo, y la disponibilidad para dar la vida en el empeño. No me los imagino en un ejército terrorista, y dedicando sus saberes, no en defender la patria o hacerla más grande, sino en aterrorizar a la población civil, en matar a niños que están en una escuela, y no sabían que tendrían que conjugar el primer tiempo del presente del verbo morir. ¡Qué ignominia! Estar dispuestos a dar la vida por la patria, y que un psicópata convierta la nobleza del militar en la miseria del terrorista profesional. Estoy convencido de que mis amigos se rebelarían contra esta humillación, con esta adulteración de deberes. Y estoy convencido, también, de que así nunca podrán ganar una guerra.