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Soñar que has despertado en plena noche y está pasando algo es un clásico de las pesadillas. El pobre durmiente, ignorando que sigue dormido, intenta averiguar qué le despertó, y qué pasa, que pueden ser mil cosas según la longitud de la novela o relato clásico. Se nota que con la edad todos nos volvemos un poco clásicos porque hace cuatro días soñé que me despertaba porque había algo en mi cama. Además de yo mismo, se entiende. Algo desagradable al tacto, con ángulos, tal vez deforme. Como en sueños también soy sordo, ignoro si respiraba. No era la yegua de la noche (nightmare), que es más grande y ocupa mucho sitio, ni la cabeza de un caballo puesta allí por la mafia. Tampoco parecía un súcubo, diablo femenino, porque entonces y en tanto que viejo heterosexual, ya habría notado algún gusto. Reflexioné si se trataría de predicadores políticos, que están en todas partes, o expertos en algo, o quizá inspectores de género coreando consignas, que también son muy ubicuos, pero lo descarté por lo mismo que a la yegua. Por el tamaño. Lo que había en mi cama no era tan grande, y parecía tener piezas sueltas. Pensé en algo mecánico, acaso digital, como pantallas, cámaras, micrófonos, robots fiscalizadores impúdicos con IA o artefactos por el estilo. Estuches afelpados para algoritmos.

La gente se acuesta con las cosas más raras. Como no tengo móvil ni me llevo nunca el portátil a la cama, tuve que rechazar esa posibilidad tecnológica avanzada, que por otra parte no me tranquilizaba mucho. Yo lo que suelo tener en la cama, además de prendas de ropa vieja, limpia o sucia, amontonadas a la buena de Dios, son libros y periódicos, lo que me llevó a suponer que tal vez me habría ido a dormir entre los escombros de nuestra cultura. Y claro, luego pasa lo que pasa. Valiéndome de manos y pies tanteé con cierta aprensión, pero como estaba dormido, el sentido del tacto no era ninguna garantía. Cualquiera sabe qué estaría palpando. Igual mi propia rodilla; el cuerpo humano hace cosas muy raras cuando nadie lo ve, adopta posturas increíbles. Aún no sé qué había en mi cama, y si todavía está. Por eso quiero creer que no estaba despierto, sino soñando. ¡Ja…!