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Lo de la amnistía suena a chiste malo, a jugarreta de cuatro caraduras para librarse de las penas que la Justicia les ha impuesto por los delitos cometidos. Claro que los delitos que cometieron también eran de chiste. Pero es en ese chiste donde está el quid de esta cuestión, de la que hemos hablado una y mil veces. El problema de verdad aquí es bien conocido: la España rica contra la España pobre. Pasa en Bélgica, en Italia y en otros países construidos en un momento dado de la historia que, con el devenir del tiempo, se transforman en otra cosa que ya, tal vez, tiene poco sentido. Podemos recordar ahora por qué está peleando el tal Zelenski contra la gigantesca Rusia. Por defender unas fronteras, ¿verdad? Conseguidas, ¿hace cuánto? No es necesario tirar de enciclopedia, es algo tan reciente que todos lo recordamos: 1991.

El mundo occidental apoya esa guerra de defensa para no ser devorados por su antigua nación, mucho más grande y poderosa. En cambio, en casa lo que se defiende a capa y espada es la continuidad de la antigua nación, precisamente con la justificación de la historia. Nada de eso es cierto. Bueno, lo es en el sentido sentimental. La gran España, la vieja España, la preciosa España, blablablá. Lo que cuenta a nivel político es solamente la supervivencia, es decir, la economía, los números. España no sería la misma, ni parecida, sin el País Vasco y Cataluña. Podríamos añadir Balears también, pero los de aquí son poco peleones, no moverán un dedo. La amnistía no tiene mayores implicaciones que un orgullo herido. Lo otro, la autodeterminación, es el problema verdadero, lo que dejaría a la deriva al que se convertiría seguramente en el país más pobre de Europa, condenado a vivir a ayudas.