TW
2

Cuántos años llevan con la matraca de los coches eléctricos? ¿Con la soga al cuello, cada vez más prieta, del cambio climático? ¿Con la amenaza de un apocalipsis inminente? Se diría que hay urgencia por revertir las dichosas emisiones que provocan el calentamiento global. Y se diría que casi cualquier medio sirve para detener el deterioro medioambiental. ¿Verdad? Pues no tanto. Europa es pequeñita. Y débil. Un reducto de bienestar donde vivimos bien y queremos seguir igual. Es lógico. Se pueden contar con los dedos las regiones del mundo donde eso ocurre. La burbuja de felicidad debe conservarse intacta. Parecía imprescindible desechar los millones de vehículos contaminantes que recorren nuestras calles y carreteras y sustituirlos por de cero emisiones. Pero, ay, esa carrera contrarreloj para evitar el punto de no retorno tiene muchos baches. El más obvio es que los coches eléctricos son caros. Carísimos para los bolsillos de la depauperada España. Por eso solo son abundantes en Noruega. China, la fábrica del mundo, ha encontrado la solución perfecta: ya produce coches eléctricos baratos con una autonomía más que respetable. Unos diez mil euros cuestan. Pareciera que es la cuadratura del círculo. Se lo compramos todo a China, así que esto no sería más que otro eslabón en nuestra interminable cadena de dependencia. Pues no, de eso nada. De favorecer que la clase trabajadora acceda a estos vehículos a bajo precio, nada de nada. Faltaría más. El sector automovilístico europeo se resentiría por no saber competir. Así que Europa, la burbuja, vuelve a cerrarse y se plantea ya subir los aranceles a la importación para evitar que esos coches que, decían, eran la salvación del planeta, lleguen a nuestras manos.