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Adoro la ingenuidad de la que hacen gala los políticos cuando empiezan. Parecen los primeros compases de una relación sentimental, cuando vemos bondades y beldades en la persona amada y la cabeza se nos escapa hacia un futuro idílico en el que seremos felices para siempre. El nuevo conseller de Educación, Toni Vera, que fue profesor de mis hijas y considero un tipo respetable, aspira a que los estudiantes de Balears salgan del cole dominando las dos lenguas oficiales –castellano y catalán– y otras dos extranjeras, entre ellas el inglés. Ja, ja, ja. Lo siento, no puedo evitar reír a carcajadas. En el mundo de los sueños eso sería perfecto, aplaudiría con las orejas. Pero en la cruda realidad nuestros jóvenes apenas consiguen conocer su propio idioma, sea el castellano o el catalán, y balbucear algunas frases mal pronunciadas en inglés.

Estoy convencida, lo he vivido, de que las únicas personas que dominan la lengua de Shakespeare en nuestra sociedad es porque se han pagado caros cursos privados o han salido a vivir al extranjero. Añádele el alemán, por ejemplo. ¡Ahí es nada! Por otro lado, tenemos a los ignorantes políticos nacionales enfadadísimos con la idea de que tendrán que usar pinganillos si alguno de los diputados del Congreso prefiere expresarse en su lengua materna, porque al parecer consideran que catalán, gallego y euskera son algo así como la peste bubónica, que se les va a pegar causándoles graves lesiones cerebrales. Mi idea de que los escolares de España aprendan lo básico de todas las lenguas oficiales suele provocar toda clase de comentarios despectivos, pero si lo hubieran implantado hace décadas, hoy no veríamos estos ridículos desprecios.