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Siempre he creído que todos los mitos y leyendas esconden una realidad. Que han sido, en los tiempos sin escritura, el modo de las generaciones anteriores de advertirnos de los peligros que encierra la vida. Hubo hace unos años un revival de las historias de vampiros, que aún no se ha desvanecido. Aderezadas con un halo de romanticismo y fascinación, estos personajes parecen remisos a quedar en el olvido. Y quizá es porque, a pesar de los tiempos de bombardeo informativo y explosión editorial, necesitamos escuchar la voz de los antiguos y sus advertencias. ¿Cuál ha sido el denominador común de las crónicas vampíricas a lo largo de la historia? Los murciélagos. Esos bichos que nos aterran en la oscuridad, por sus movimientos rápidos e imprevisibles, por su fea cara. Pero hay algo que no se ve en ellos, que seguramente ninguno de nuestros antepasados sabía a ciencia cierta, pero sospechaban: que pueden matarnos a través de los virus que transmiten. Hace décadas que algunas de las infecciones más mortíferas las contagian estos animales, especialmente en Asia. Se han relacionado también con la COVID y ya hemos comprobado sus efectos. Ahora la atención sanitaria mundial se centra en el estado indio de Kerala, donde ya hay dos muertos víctimas del nipah, un virus conocido desde hace más de veinte años capaz de matar al 75 por ciento de los que se infectan. Aterrador. Aunque sus síntomas no parecen de gravedad -fiebre, dificultades para respirar, dolor de cabeza y vómitos-, resulta letal y con capacidad para acabar convertido en epidemia. ¿No estarían, los antiguos, advirtiéndonos de lo que nos puede pasar si nos relacionamos con los murciélagos?