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Catalunya no ha sido nunca ni una nación, en sentido clásico, ni un Estado. ¿Cuál es entonces la singularidad de Catalunya? ¿su lengua? Una lengua no da derecho a tener un Estado, es una cuestión cultural existente en muchos países plurilingües.

Algunos quisieran que la historia hubiese sido otra, pero lo cierto es que la historia no puede cambiarse y sobre lo que nunca existió no puede construirse el derecho a algo a lo que no se tiene derecho. Hay que decirlo claramente. Catalunya no tiene derecho a la autodeterminación no solo porque no está en la Constitución sino porque el Derecho Internacional no se lo reconoce.
La resolución 1514 de 14 de diciembre de 1960 de Naciones Unidas sobre la concesión de la independencia a los pueblos coloniales dice «todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas».

¿Quiénes son esos pueblos que se mencionan? Pues son: los sometidos a colonialismo, los sometidos a la dominación de una potencia extranjera, las minorías que padecen violaciones sistemáticas de derechos democráticos palmarios y los grupos diferenciados a los que no se permite ningún ejercicio de autogobierno. Nada es aplicable a Catalunya.

Me indigna esa permanente exigencia de los nacionalistas y separatistas de que todo le es debido a Catalunya. Hay algo más exasperante. Ese espíritu de superioridad que exhiben a menudo los nacionalistas, despreciando todo lo que existe y se produce al sur del Ebro como si fuesen personas o tierras mostrencas. ¿A que viene ese desprecio hacia Castilla, Murcia o Andalucía? ¿Acaso los poetas y autores catalanes, por ejemplo, son mejores que los castellanos?

Muchos políticos catalanes creen que por el mero hecho de ser catalanes merecen el mejor trato. Cuando a Artur Mas le dijeron que una Catalunya independiente quedaría fuera de la UE respondió «no será así. Europa no puede prescindir de Catalunya». Vaya, pues por ahora nos las apañamos sin el Reino Unido.

Parece que España no puede funcionar si no arreglamos el llamado «hecho diferencial» de Catalunya. El verdadero problema es que unas autoridades y unos políticos que han jurado o prometido respetar la Constitución están maquinando o actuando en contra de la ley, saltándose las normas de convivencia y exigiendo después el perdón o el olvido por haberlo hecho.

¿Hemos de soportar el resto de los españoles la irritante frustración de los nacionalistas catalanes porque la Historia, su historia, no ha ido por donde les hubiese gustado? En algún momento habrá que plantarse. El gobierno de España no puede depender de las ensoñaciones de unos cuantos. Aunque parece que Pedro Sánchez piensa lo contrario.