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Hasta el más pánfilo y desconocedor de estos temas sabe que si no el mayor, el primero de los grandes inventos de la humanidad fue la construcción de fortificaciones inexpugnables aptas para resistir largos asedios. Bastiones, fortines, reductos amurallados, baluartes. En los albores de nuestra especie ya se hacían con piedras y cuatro palos, a poder ser muy puntiagudos, y luego la cosa se fue complicando. No es difícil imaginar al cabecilla de un grupúsculo de vagabundos desarrapados, pararse de súbito en una loma cerca de un riachuelo y ordenar la edificación de una fortaleza. ¿Para qué?, preguntaría uno. Para defendernos de los enemigos, diría el cabecilla. Y si otro despistado aducía que no tenemos enemigos, el previsor cabecilla zanjaba el asunto. Los tendremos en cuanto se acabe la fortificación, informaba. Y qué razón tenía. Tanta, que pronto no bastaron empalizadas, estacas y murallas, y hubo que añadir a la prolija estructura defensiva toda clase de ingeniosos elementos muy resistentes. Torreones, matacanes, aspilleras, parapetos, almenas, pasadizos secretos, atalayas, fosos, túneles, etcétera. Y sobre todo, más murallas concéntricas de diseño estrellado una dentro de otra (básico no dejar puntos ciegos), con torretas, adarves, barbacanas y poternas, a fin de poder retroceder ante la superioridad numérica y armamentística de los atacantes, sin por ello rendir la plaza. Eso nunca. Las fortificaciones crecían y se diversificaban por doquier, hasta alcanzar la grandiosidad amurallada del Abismo de Helm, única forma de proteger la civilización. En el clásico chino del siglo XIV A la orilla del agua, de Luo Guanzhong, en la página 27 de la edición bilingüe en cinco tomos de Biblioteca de Clásicos Chinos, aparece este aforismo inmortal: «Los valientes se reúnen en fortines, los héroes se juntan en las ciénagas». Ciénagas, claro está, también fortificadas, ya que es propio del arte de fortificar la utilización de la escabrosidad natural de terreno como un elemento defensivo más. ¡A algunas fortalezas, en riscos o acantilados, ni te podías acercar! Y quizá no sea este el mayor invento de la humanidad, pero fue el primero. Y luego ya se fue complicando.