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Los partidos de los extremos del arco político, en realidad también los demás, no toleran la discrepancia y Vox y Més han coincidido en fulminar a quienes razonadamente no se pliegan a los dictados de sus respectivas dirigencias. En tiempos de extrema discordia política, Capdepera prueba que todavía es posible el entendimiento entre políticos en las antípodas ideológicas con el fin de garantizar la gobernabilidad del municipio.

El acuerdo entre los grupos municipales de PP y Més en ese municipio ha provocado las iras del secretario general de los soberanistas, Lluís Apesteguía, y la consiguiente expulsión de sus concejales e, incluso, el anuncio de disolución del grupo en el ayuntamiento. En un sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas en el que un reducido grupo de dirigentes decide futuros y haciendas de sus militantes, aceptar que el interés más amplio de un municipio pudiera estar por encima de los imperativos del partido supondría el principio del fin de las castas que se apropian de las organizaciones políticas y frenan el cambio hacia un ordenamiento electoral en el que el protagonismo recaiga totalmente en los electores y no en las cúpulas de los partidos.

Con la última trifulca organizada por Vox en el Parlament -votar con la izquierda contra el primer trámite del Govern para poder elaborar los presupuestos como venganza por no contar con el apoyo del PP en su campaña contra el catalán-, el partido ultra evidencia su necesidad de bronca para hacerse notar. De hecho, ya se detectan síntomas de que está calando entre el electorado el convencimiento de que Vox es un partido inútil para la gestión gubernamental; no sólo no colabora sino que parece encontrar su razón de ser en las dificultades que pueda poner al Govern. Esa dinámica recuerda lo sucedido con Ciudadanos: se vinieron tan arriba que terminaron en la irrelevancia. La purga del portavoz adjunto de Vox, Xisco Cardona, y su abandono de la disciplina del partido, ha sido la primera consecuencia del altercado parlamentario: el diputado menorquín se atrevió a sostener el cumplimiento de los acuerdos firmados con el PP frente a las demandas intempestivas de sus conmilitones.

Buena parte de los cargos públicos de Vox han encontrado en ese partido el instrumento para satisfacer unas ambiciones personales que en distintos casos se vieron frustradas en su anterior militancia en el PP, lo cual quizá pueda servir para explicar algunos planteamientos que, por su sectarismo, guardan no pocas concomitancias con comportamientos disparatados de los partidos del Govern anterior, en contraposición a los que Marga Prohens representaba la alternativa de la seriedad y el sentido común. Para mantener esos atributos que sin duda contribuyeron a su éxito electoral debe guardarse muy y mucho la presidenta de las astracanadas de sus aliados. La última, el despropósito de segregar por idiomas las aulas escolares, extremo que rechazan la comunidad educativa, los expertos en enseñanza y un número creciente de grupos sociales más o menos organizados, porque vulneraría las leyes educativas y, sobre todo, el Estatut de les Illes Balears. Cuando a todo esto sobran los dedos de las manos para contar los casos de familias que exijan el castellano como único idioma de enseñanza.