No recuerdo el nombre. Era un profesor que a través de las redes contaba que tiraba la toalla. Dejaba la enseñanza cansado de dar clase a una mayoría de alumnos que no le escuchaban. Preferían estar atentos a sus pantallas. En una larga entrevista al director de cine Fernando Trueba leo sus críticas a los planes de educación. Viene a decir que no se hacen para formar ni para hacer mejores a las personas sino «para crear productores y consumidores». Pide libros, cuadernos, lápices en las aulas, no dispositivos electrónicos como tabletas o móviles.
Esta semana se ha dado a conocer una iniciativa particular de unos padres, Adolescència sense mòbil, que cuenta ya con más de 1.000 seguidores. La idea es retrasar la entrega de teléfonos móviles a sus hijas e hijos. El debate está servido en una comunidad en que nueve de cada diez alumnos de 1º y 2º de ESO tienen móviles. Con doce y trece años se pasan buena parte del día absorbidos por un aparato que les permite prácticamente acceder a todo, desde canales gratuitos de prostitución a aprender a distinguir el canto de los pájaros. El bien y el mal en una cajita de apenas unos pocos centímetros.
No hay uniformidad legal ni en la Unión Europea ni en España. Son los centros escolares los que deciden si permitir o no los teléfonos móviles en el aula. Con un plan de estudios como la LOMLOE es un despropósito vetarlos ya que tareas y deberes se piden a través de los dispositivos móviles. En este Fuenteovejuna, surgen informes concluyentes de Unesco y Unicef acerca de la excesiva dependencia del móvil que crea adicción, malos resultados educativos y da alas al acoso escolar en los centros educativos. No faltan quienes ven en su uso virtudes para no quedarnos fuera de la casilla en este postcapitalismo tecnológico. Dicen que sí a poner límites. Un no bien grande a prohibir. ¡Qué viejo es todo esto!
Sus raíces se hunden en la revolución industrial y el cambio de calado que produjo en la sociedad que se cansó del duro campo y optó por la supuesta calidad de la ciudad. Entre el pasmo y la sorpresa por la modernización, sintieron terror al nacimiento del cine, se escucharon aspavientos con la radio, y qué decir de la televisión. Le llegó el turno a internet con quien nos pasamos cuatro pueblos porque hoy se pueden contar con los dedos de una mano, sin precisar un banco de datos, los que no tienen un smarthphone para estar todo el día On.
Me conforta el todo con medida, la dosis que convierte una planta en veneno o en cura. Parar, escuchar, leer, cantar, mirar, no hacer nada. No hay oficio más hermoso que el de las maestras, no hay trabajo más ingrato que el de los profesores. Ellas y ellos, al igual que los padres, también deben darse un respiro de los dispositivos. ¿Cómo era aquello del dar ejemplo? Además, ¿quién quiere desconectarse? El mundo, no. Hamlet sigue en el On/Off.
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