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Lo más inquietante de la hoja de ruta que trasluce el discurso de investidura de Pedro Sánchez es que persiste y agrava la deriva divisiva que caracteriza al sanchismo. Anuncia la ampliación del frentismo y proclama la intención de ser un ‘muro' contra la derecha y la extrema derecha. Pedro Sánchez se ha instalado en un relato con el que intenta engañar a los más ingenuos de la población afirmando que volverá a gobernar con los mismos socios de la pasada legislatura porque el resultado de las elecciones no le ha dejado otra salida. Es falso. Es él, Sánchez, quien ha elegido sus aliados entre los partidos que forman el bloque anticonstitucional excluyendo cualquier aproximación al PP. En nuestro entorno de países europeos con gobiernos de coalición, en ninguno participan partidos de ideología comunista qué, en el caso de España, proclaman ser abiertamente contrarios al marco de la Monarquía Parlamentaria establecido por la Constitución. Sánchez habría podido prescindir de los socios parlamentarios de la anterior legislatura y explorar algún tipo de acuerdo con el PP pero, tras conocer los resultados del 23-J acabó aceptando las exigencias de los independentistas y pactando con el resto de fuerzas antisistema. Ahora se habla de un Ejecutivo que podría incluir algunos dirigentes de pequeñas organizaciones partidarias de acabar con lo que despectivamente llaman el «régimen del 78». Esa es la imagen que va a proyectar el Gobierno de España.

En términos de imagen, si a la macedonia izquierdista del Ejecutivo añadimos la aparición en escena del verificador internacional, uno de los compromisos del pacto de Sánchez con Puigdemont, nos colocamos ante el resto de la UE como un país poco serio.