Por qué los gobiernos piensan que cualquiera puede ser embajador? No, no lo piensan, pero hay que dar una salida a políticos en vía muerta. No estoy en contra de que excepcionalmente pueda nombrarse embajador a quien no es miembro de la carrera diplomática siempre que se justifique el nombramiento con un objetivo concreto, pero me opongo al capricho. El nombramiento del exministro de Comercio (apenas siete meses en el cargo) para ser representante permanente de España en Naciones Unidas es un escándalo. No hay precedentes en los 68 años desde que España ingresó en la ONU.
Para ser diplomático hay que aprobar unas oposiciones con 204 temas, tras haber cursado una carrera universitaria y tras mostrar un excelente conocimiento de inglés y de francés. Después, tendrá que seguir un curso de un año en la escuela diplomática. Y al término de esta peripecia –que puede ocupar cinco años de su vida o más–, si tiene suerte, irá a Kinshasa; si no tiene suerte, irá a Afganistán. Si tiene suerte, no tendrá que ocuparse de negociar peligrosamente la liberación de unas religiosas en el Congo ni de repatriar a españoles en Kabul bajo tiroteo talibán.
Tendrán que pasar cerca de veinticinco años, adquiriendo experiencia, para poder llegar a ser embajador en Naciones Unidas en Nueva York. Cuando ya esté preparado para optar a ese destino, uno de los más técnicos de la diplomacia, un ministro que ha quedado descolocado del Gobierno le va a birlar el puesto de Nueva York. Si el Gobierno cree que cualquiera está preparado para ser embajador, ¿porque en vez de mandarle a Nueva York, no le manda a Mozambique o a Burkina Fasso? No es preciso ser un genio para ejercer la diplomacia, pero como en toda profesión, hay que estar preparado para lo bonito y lo áspero. No todo el mundo aguanta unas veinte recepciones al mes o hacer el mismo caso al nuncio y al embajador insufrible de ese país al que queremos venderle algo.
En 1979, estaba destinado en Varsovia en mi primer destino diplomático. España quería vender a Polonia cuatro barcos roll on/roll off. Se desplazó a Varsovia nuestro ministro de Comercio. Hubo un almuerzo oficial y mi entonces embajador me dijo: «Hemos de vender estos barcos en esta comida. Sé amable y haz lo que sea». El dirigente polaco que presidía mi mesa empezó con un brindis nada más servirse el primer plato. «Na zdrowie» (salud, en polaco) y lingotazo de vodka para dentro. Perdí la cuenta de los na zdrowie y perdí algo más, pero vendimos los barcos.
Si el Gobierno quiere tener algún detalle con un político fracasado o descolocado, ¿por qué no le da un juzgado de primera instancia? Total, con el panorama actual…
3 comentarios
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Té molta de raó; però això mateix ho podríem fer extensiu a tots els alts càrrecs polítics de les Administracions públiques. Normalmente l'únic mèrit que tenen és tenir un carnet del partit que comanda. Alguns, fins i tot, s'e'l treuen dies abans de prendre possessió del càrrec.
Buenísimo artículo.
Bon article, i estic ben d'acord amb vostè, perquè per a la carrera diplomàtica has de passar unes molt dures oposicions, ara bé, pel càrrec d'ambaixador pens que seria aconsellable que el propi govern els nomeni, al cap i a la fi s'han d'encarregar de "defensar" les polítiques que durà el govern (de torn) endavant. També dir-li que ha tengut vostè un oblit, imagín que "sense cap intenció partidista", perquè el primer escàndol de nomenament d'ambaixador fou el d'un tal Federico Trillo-Figueroa Martínez-Conde, el recorda?, fou el ministre de defensa responsable del YAK 42 (62 militars morts) i, que com a "recompensa", tot i no saber dir més que "hello" en anglès fou nomenat ambaixador a Londres.