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No había un solo Vox, sino unos cuantos. Parecía un partido unido, serio y cohesionado; cuyos dirigentes se movían exclusivamente por sólidos principios morales, en defensa desacomplejada de su ideología ultraconservadora, tradicionalista y, a veces, reaccionaria e incluso xenófoba. Pero han demostrado ser una banda mal avenida de «sujetos» tan populistas o más que los «comunistas» de Podemos. Pugnan entre ellos por ver quién es más duro, radical, e intransigente. Siempre tienen la razón, cada uno la suya, pues ceder lo más mínimo es interpretado como una debilidad, algo imperdonable. No hay diálogo, consenso o negociación posibles. No caben las medias tintas, es blanco o negro. Prima el mando y ordeno. De lo contrario, vuelan las acusaciones de tibieza, de cobardía, de ser un topo del PP. Parecían disciplinados y son el ejército de Pancho Villa.

Idoia Ribas, Sergio Rodríguez, Agustín Buades, Manuela Cañadas y María José Verdú echaron a patadas a Patricia de las Heras, presidenta regional, y Gabriel Le Senne, presidente del Parlament. No calcularon bien las consecuencias. La dirección nacional de Vox, con Santi Abascal recién reelegido, los expedientó para expulsarlos porque no se puede ir por libre, decapitando a otros diputados del partido. Una vez más –y ya hemos perdido la cuenta de las veces que lo han hecho–, han sido noticia, pero por nada bueno. Han dejado la imagen de Vox ante España entera a la altura del betún.

«Nosotros somos Vox», dijo Idoia Ribas. Le faltó decir: «Los expulsados son infiltrados de la izquierda». Acusaron a De las Heras y Le Senne casi de lesa patria; desterrados al cabrum de los diputados no adscritos. Y no por diferencias ideológicas, porque son todos igual de radicales. Es una lucha de poder.

La líder de los «traidores», como les llama la dirección de Vox, no acepta más autoridad que la suya. Ellos cinco son el Vox auténtico. Por eso dieron un golpe de mano, premeditado y alevoso, para demostrar quién manda. Pero la culpa es también de sus votantes, que los eligieron para representarlos en el Parlament, cuando realmente desearían que desapareciera hoy mismo. Y el Govern con él. Y todas las autonomías. Aunque todo se arregle, ya veremos cómo porque esta gente no es de desdecirse ni rectificar, pues jamás se equivocan, el daño ya está hecho. Vox siempre aparece cuando la izquierda más los necesita. Así sucede desde hace meses.