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Son estos unos malos tiempos para muchas cosas, entre ellas el amor. No sabría decir si el amor ha existido alguna vez o si solamente fue un invento de los trovadores provenzales, allá por la Edad Media, y que luego se fue perfeccionando hasta llegar el cine, gracias al cual todos sabemos cómo se debe besar y ser besado. Tal vez el amor sólo existe en nuestras cabezas y, como buen producto de la imaginación, es imposible encontrarlo en la realidad. No lo digo por mí, puesto que creo que en alguna parte debe de estar. Lo digo más bien por la tontería que lo envuelve. La tontería y la cursilería. Hoy, más que nunca, se han imbecilizado tanto el amor y los amoríos, que llega a dar hasta grima pronunciar estas palabras. Yo lo veo así. Puede que el amor (el significado) sea algo digno de ser conocido y vivido, pero sus manifestaciones (el significante) son algo realmente odioso. Cochambroso. Penoso, en definitiva. Todo esto me ha venido a la cabeza porque, al ser mañana San Valentín, llevamos ya algunas semanas siendo vilmente zarandeados por una enormidad de corazones rojos e iniciativas ramplonas a más no poder. Vamos, que es mejor no salir mucho por ahí ni encender la televisión. Si alguna vez existieron los grandes sacrificios por amor, ahora mismo no pasarían de ser una idiotez sin mérito alguno. Y, en cierta manera, es normal. Porque, ¿de qué sirve un sacrificio por amor? Pues para sufrir. Únicamente para sufrir. A ver quién es el valiente que se tira años esperando a un ser amado o queriéndolo en silencio. Que no estamos para malgastar la vida, oye. Y si no es uno, ya vendrá otro… Por eso ya no existen las relaciones clandestinas serias ni el amor constante más allá de la muerte del que hablaba Quevedo ni nada. En fin. Que ahora, como mucho, de alguien que se enamora se dice que tiene ‘una nueva ilusión'. Me parto.