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Ser rico y famoso le ha permitido al futbolista Dani Alves rebajar su condena de violador –como en los viejos tiempos, cuando la pasta te abría todas las puertas– porque entregó a la víctima una cantidad sustanciosa de dinero en cuanto se abrió el caso judicial, a modo de indemnización. Yo lo revisaría, porque me suena muy mucho a legislación de república bananera. También el atenuante de ir borracho, cuando debería ser todo lo contrario, un agravante, puesto que a nadie le ponen una pistola en la cabeza para drogarse o alcoholizarse y todos sabemos que esas prácticas suelen empujar a algunos a saltarse todas las barreras. Y no es por inconsciencia, sino por instinto depredador. Pese a ello, hay que felicitarse por los argumentos que esgrime el tribunal en la sentencia, que ponen negro sobre blanco lo que todo ser humano debería saber, mucho más los varones: coquetear, toquetear, incluso besar o cualquier otra actividad de índole sexual NO es la llave maestra que permite la penetración, la brutalidad, la posesión forzada. La tristemente famosa ley del ‘solo sí es sí’ se ha aplicado aquí con rigor y, aunque las partes recurran el fallo, resulta valiosa la parte didáctica, de ejemplo para la sociedad. Otro cantar es que la condena se limite a cuatro años y medio, la más baja en veinte años de las registradas por el bufete de la defensa, especializado en este tipo de delitos. «No quiero denunciar, porque no me van a creer» fueron las primeras palabras que la víctima pronunció después del delito. Por suerte, en este 2024 esa horrible sensación de indefensión que padecen las mujeres sometidas empieza a diluirse. No olvidemos quién ha promovido este tipo de avances y quién está dispuesto, aún, a dinamitarlos.