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Ahora es un buen momento para hablar de nuestro rey Sanxo. Eso es lo que considera la Academia de la Historia de Mallorca, que realiza un ciclo de conferencias sobre este monarca y que organiza, además, un viaje a sus antiguas posesiones continentales. También lo cree así el alcalde de Perpinyà, que visitará Palma para hermanar ambas capitales del reino. Y es que deberíamos recuperar la dimensión política de ese monarca fallecido hace justo 700 años y que era mitad diplomático y mitad franciscano, como lo define el profesor Román Piña. Sanxo (en la imagen circular, detalle de su sepulcro en la Catedral de Perpinyà) supo conservar su reino y esquivar la rapiña insaciable de los reyes de Aragón y de Francia. El rey mallorquín demostró una habilidad extraordinaria para evitar los conflictos, que sólo mantuvo con su arisca esposa, Maria d’Anjou. También acreditó una bondad inusual hacia sus súbditos, algo insólito en el siglo XIV. Fue, sencillamente, un buen monarca al que Palma apenas recuerda con una discreta calle en el Eixample. Y eso es lamentable, porque esta vía no tiene nada que ver con la vecina y larguísima calle Reina María Cristina, que une las Avenidas con la plaza de toros, ni por supuesto con el céntrico paseo Jaume III. Y es que durante la regencia de María Cristina, España perdió Cuba, Puerto Rico y Filipinas; y el temerario Jaime III, sobrino y heredero de Sanxo, lo perdió todo en la batalla de Llucmajor. Sanxo conservó el reino, no cedió ante las presiones de Aragón para que lo disolviera y esquivó las del rey francés. Con agraviante desdén le enviamos al Eixample. Así pagamos su valiosa contribución a nuestra historia.