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El ‘caso Koldo', y sus inextricables ramificaciones en espiral ascendente, han puesto de manifiesto una vez más que nos gobiernan gentes muy vehementes, a las que se oponen individuos todavía más vehementes, y de todo ello nos informan profesionales cuya fogosa vehemencia, muy impetuosa, linda con el berrinche y el exabrupto, aunque sin perder de vista las reglas básicas de la vehemencia y la emotividad, que siempre se anticipa al conocimiento. Primero, largar; luego, reflexionar. Porque aquí conviene recordar que vehemencia no es elocuencia, y todo razonamiento es imposible cuando no se sabe de qué se está hablando. Aún tardaremos en conocer los datos de esta trama corrupta de las mascarillas, y más en ubicarlos en el contexto febril de la pandemia, pero eso, lejos de mitigar las declaraciones y discursos vehementes, los excita y lleva al paroxismo. Si los resquicios de la ciencia, y sus límites, son terreno fértil para charlatanes y estafadores, también entre lo que se sabe y lo que no se sabe existe un amplio espacio neblinoso donde reina el griterío y estallan las pasiones. Lo que se conoce y lo que sólo se sospecha, convenientemente aglutinados y amasados con diversos aditivos en un mortero, forman una pasta pringosa que de inmediato entra en estado de ebullición, y conforme crece y se derrama esa mescolanza, la vehemencia de los comentaristas rebosa también el vaso de la cordura. La vehemencia española es muy contagiosa, y habrán notado que si llamamos vehemencia a esta sobreexcitación nerviosa con arrebatos lunáticos, es por no decir otra cosa y no contribuir más a ella. Por cortesía, en fin, que nos obliga a contenernos. Naturalmente, el PP y sus abundantes acólitos mediáticos lideran esta vehemencia paroxística, y antes de investigar nada han exigido la dimisión inmediata de la presidenta del Congreso de los Diputados, Francina Armengol, y de todo al Gobierno por corrupción indiscutible. Impetuosos, sí señor. Alguien pensará que jamás se vio tan brutal vehemencia, pero se equivoca, porque precisamente estos días se cumplen 20 años del 11-M, y de la infame gresca, con embustes, que montaron cuando ganó Zapatero. Siempre han sido así de vehementes.