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El domingo finalizó el proceso electoral en la Rusia de Putin. Tres días para elegir al único candidato con posibilidades de gobernar. Esto se llama democracia en su estado puro. Puro en el sentido pleno de la palabra ya que la pureza de estas elecciones es tal y tan grande que impide que pueda haber alguien que contamine el paso por las urnas. Fíjate si son una elecciones democráticas que en su forma permiten que haya una segunda vuelta en caso de que el único candidato no obtenga la mayoría necesaria para hacerse con el poder. En Rusia han alcanzado un nivel de democracia tan elevado que cualquier alternativa a la candidatura con opciones de gobernar, se convierte en comparsa de un sistema autocrático camuflado. No olvidemos que los rusos a la hora de ejercer su derecho al voto tuvieron que elegir entre Davankov, vicepresidente de la Duma; Jaritónov, miembro de la Duma; Slustski, también miembro de la Duma y el propio Vladímir Putin. Eso sí, eliminado previamente a los candidatos y opositores que pudieran remover la poltrona presidencial. Todo parece indicar que aunque los candidatos hubieran sido más, el resultado iba a ser el mismo. Entonces -uno se pregunta-, para qué ir a votar cuando el resultado está resuelto antes de abrir los colegios electorales. Tengo la impresión de que nos estamos acostumbrando a gobernar desde las debilidades de la democracia. Algo no va bien cuando antes de que se abran las urnas todo el mundo sabe el resultado final. Nadie puede dudar de la victoria de Putin en las elecciones. Lo que se puede cuestionar es la pureza del sistema electoral y el carácter legal del proceso. Por suerte, en España hemos conseguido que gobiernen las minorías que determinan a las mayorías las decisiones que han de tomar. Son dos expresiones diferentes de la democracia, pero hay más.