Los editores románticos, que perdían dinero, ya no se llevan. Sin embargo, puedo afirmar que yo ya tengo traducida la obra, aunque no publicada. No tengo ninguna inquina hacia el castellano, ni tampoco hacia el catalán ni hacia ninguna de las lenguas que conozco, ni hacia las que desconozco. Si algo me distingue a la hora de escribir es mi amor por la lengua, y por la imaginación. Pero hay problemas que me superan. Creo que he escrito al menos un libro de lectura fácil, este de La dama. Uno de los problemas que me superan es que la gente lee poco, digan lo que digan. Hoy mismo he leído que Cien años de soledad lleva vendidas unos 50 millones de copias. Pero yo tengo varios amigos que no lo han leído, y aun diré más, que no han leído ni un solo libro. Eso no les convierte en malos amigos, sino en malos lectores. Algunos todavía dicen aquello tan sabido de que no les enseñaron catalán, pero la obra de García Márquez está en castellano.
Otros dicen: «Es que yo en menorquín, mallorquín, ibicenco no me aclaro». Hay que ver cuántas lenguas tenemos por ahí. De los castellanoparlantes también puedo hacerme eco. Una vez me dijo un profesor de Literatura española: «Yo cuando veo en un libro el nombre de un autor llamado Pau Faner, de ahí no paso, aunque el libro esté en castellano». Otros dicen: «Si quieren escribir raro, que se lean entre ellos». Ya lo saben, el catalán, menorquín, mallorquín, ibicenco, etc son raros.
Con este bagaje me voy a Girona, donde ya he estado algunas veces, aunque nunca he presentado nada hasta ahora. Y luego me voy a Barcelona. Por fortuna, me acompañan buenos amigos, Jordi Hors y David Pagès en Girona y Albert Sánchez Piñol en Barcelona. Ah, y cientos de lectores de La dama que me han animado mucho y a los que quiero de verdad. Gracias infinitas.
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