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Iba a escribir sobre un robot llamado Muhammad, creado por IA en Arabia Saudí, que le tocó el trasero a una periodista, pero la Ayuso tiene la rara habilidad de hacerme dudar en última instancia. Y eso que la imagen del robot extendiendo la mano sobre el trasero de la chica da que hablar, como si el robot tuviese inclinaciones machistas y en vez de IA hubiese un individuo de carne y hueso en su interior. Sin embargo, considero que la explicación más plausible es que estos trastos llevan una programación oportuna y cada cierto tiempo deben efectuar una serie de gestos o movimientos sin atender a lo que acaece a su alrededor. Unos sensores debieron de advertirle que había tocado a una persona y de ahí que aparte la mano de inmediato dando una impresión un tanto ambigua. Podríamos seguir debatiendo estúpidamente sobre las verdaderas intenciones del robot pero Ayuso y su novio vienen pidiendo guerra. La Fiscalía ha denunciado al técnico sanitario por un supuesto fraude de 350.000 euros en plena época de pandemia y eso no se puede obviar. La Fiscalía incide en una trama de facturas falsas y sociedades pantalla amén de la compra de un ostentoso piso en el centro de la capital que cuesta más de un millón de euros. Sencillamente por cuestiones morales, cualquier ciudadano se puede preguntar con todo el derecho del mundo cómo hubo gente capaz de permitirse toda una serie de lujos en una época tan dura como fue la pandemia. Si ella no tuvo nada que ver, porque recordemos que a quien se denuncia es a su pareja, resulta cuanto menos extraño que no se cuestione cómo se enriquecía y que incrementase de modo drástico los fondos a Quirón Salud hace un par de años, el principal cliente de la empresa de su novio. Ayuso en sus replicas, lanzando teorías conspiranoicas por doquier, demuestra con su lenguaje casposo y populachero ser más una verdulera de tres al cuarto de la cual ignoro si la fruta es de su agrado.