Manolo y Pedro comerciaron con las nubes durante años junto a otros amigos en un piso antiguo de la plaza Patines. Hoy no están ni el piso ni Manuel Sánchez Monzó ni Pedro Andreu. A ambos se les ha llevado la muerte a los 58 y 46 años. Demasiado pronto. Un quiebro del corazón al pintor y la desguazadora ELA al poeta. Entre las luces y sombras en las que nos movemos, entre lágrimas inevitables y sonrisas esbozadas para no desfallecer, quiere el azar que nos lleguen juntas la exposición del querido Batis, apodo de Manolo, que con esmero de orfebres han hilado Javier Vellé y Elisenda Farrè, y el poemario póstumo Punto de no retorno a Pedro Andreu, la crónica poética desde el diagnóstico de la esclerosis lateral amiotrófica hasta su muerte, el pasado 20 de junio.
Tengo que tomar aire. Desde las nubes me llega el aliento de Manolo y Pedro conversando. Pongo la oreja y enfoco. Están lejos y cerca. Suena Tom Waits que tanto gusta al pintor y profesor de Bellas Artes y le reta a que lea, ni que sea una coma, de este Punto de no retorno a Pedro Andreu, que está a buenas y prende un cigarro porque en ese lugar puede fumar a destajo, y beber, y caminar y bailar.
Poned el oído que lee Tom a Pedro: «No puedo», ladra. Luego silba un deseo escrito por quien ya no está: «ojalápodamosjuntarnostodosdenuevoaunquesoloseaunavezmás».
Manolo tercia y le pinta un rostro que escala de mano a mano un peldaño de algodón. Tom ladra y se quita el sombrero ante la elegancia del dibujo. Pedro apura una birra, como cuando estaba vivo. Los tres se las apañan para observarnos a los de abajo. No hacen más que ver calvas en la cabeza de Mallorca. Han llegado los amigos de la motosierra. No les bastó con las seis bellasombras ni los tres pinos y ya nos prometen otra en el parque de Can Simonet. Es un pequeño pulmón en el Camp Redó levantado en 1989 y poblada de vegetación autóctona. Vox ha presentado su propuesta de convertirlo en una zona polideportiva polivalente, cuenta con el apoyo del PP, porque los vecinos no lo usan porque tienen miedo de los sin techo que deambulan por el parque. ¡Ya estamos con el clasismo!, explota una nube con el brinco del escritor.
Pedro conoció bien el lado oscuro de los perdedores. Está juntando fonemas para enviarlos a las ramas de las encinas del parque. Manolo afina el lápiz para retratar con sarcasmo a esta gente que ha venido a destruir a los aliados del oxígeno. Algunos vecinos les están escuchando pero la mayoría es sorda y está ocupada preparando sus maletas para irse de vacaciones.
Yo me voy a coger el tren para regresar a Can Gelabert en Binissalem y desaparecer entre los grabados, las acuarelas y las pinturas del poliédrico Manolo donde daré volteretas tras llorar sílaba a sílaba con la última declaración de amor a Laura, a los amigos, a la tribu y a la vida ladrona que es Punto de no retorno a Pedro Andreu. Lo leeré de estación a estación, sin tregua, porque el poeta se ha ido diciendo lo mejor de su corta vida.
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