TW
0

Cae en mis manos un bando publicado en 1887 por el batle Aulet, un político conservador de Sóller que pretendía modernizar el pueblo. Nada más tomar posesión del cargo, el primer edil se sacó de la manga 18 proscripciones, y las enumeró de una en una. Por ejemplo, prohibía escupir, gritar, molestar, mendigar, echar basura, orines, tender ropa o trabajar en la calle; abrir los bares más allá de la medianoche, emborracharse, dejar perros sueltos y conducir carros deprisa. Todas estas conductas debían ser práctica habitual por entonces, porque de lo contrario no las habría perseguido. Sin embargo, y pocos días después del edicto, un tal Tofolet se rio con sarcasmo del alcalde y de sus prohibiciones a través de un artículo publicado en el semanario Sóller. Aulet debió enojarse mucho, porque de inmediato publicó las primeras multas que había impuesto a los incívicos, a los que incluso identificaba someramente. Pero algo gordo debió pasar, porque unas semanas después Aulet renunció al cargo y se fue a su casa. De hecho, era una persona acomodada, que no cobraba ningún salario por hacer de alcalde. Al contrario, debía pensar que prestaba un gran servicio a la comunidad, y que era injusto que se rieran de él. Hoy nada de eso habría sucedido. Aulet no se habría complicado la vida, se habría aferrado a su cargo, habría apuntalado su salario y se habría fumado un puro de las críticas. Aulet no terminó con los incívicos, y 137 años después nuestros alcaldes tampoco terminan con los patinetes temerarios ni con los grafiteros. Y no hablemos de Son Banya. Pero él, al menos, se fue a su casa.