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Esta película (Michael Cuesta, 2014) cuenta la historia de Gary Webb, periodista de EEUU -ganador de dos premios Pulitzer-, que denunció las conexiones gubernamentales con el mundo de la droga y la venta de crack para abastecer de dinero y armas a la CIA. El acoso en su contra terminó, no con uno, sino con dos tiros en la cabeza, etiquetados como ‘suicidio'. Recientemente, Georgia ha pasado ampliamente la llamada ley de agentes extranjeros (con 84 votos a favor y 30 en contra) y el Norte Global gritó: ¡no vale! Si Georgia quiere entrar en la UE y en la OTAN, tales normas contra la libertad de prensa son inaceptables. Pero resulta que el periodista español Pablo González está encarcelado desde hace dos años en Polonia, un estado miembro de la UE, sin pruebas conocidas, y Julian Assange se vio obligado a refugiarse siete años en la embajada de Ecuador -no en una embajada de un democrático país europeo- por denunciar presuntos crímenes de guerra de los EEUU, y lucha por no ser condenado a muerte. Europa ha vetado a la Voz de Europa, Russia Today, Sputnik, RIA Novosti, Izvestia o Rossiyskaya Gazeta, por su ‘inconveniente' relato periodístico de la guerra, a pesar de que el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos consagra la libertad de opinión sin injerencia de autoridades públicas y sin consideración de lindes. Según Reporteros sin Fronteras, 103 periodistas han sido asesinados en Gaza en cinco meses, de los cuales, al menos 22, se encontraban ejerciendo su labor profesional. Recientemente, funcionarios israelíes han cerrado la oficina para Israel y Palestina de Al Jazeera, incautando su material y han requisado a Associated Press una cámara y un equipo de transmisión, bajo la acusación de violar la nueva ley de prensa (ésta sí vale). Los estadounidenses han movido hilos, e Israel les ha devuelto el material. Si no nos gusta la noticia, parece que nosotros sí podemos hacer lo que queramos, incluyendo matar al mensajero.