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La primera vez que viajé a Bali fui a comer pescado y me sorprendió mucho algo. Los restaurantes tenían tres cartas con los mismos platos, pero diferentes precios, de menos a más: una para locales, otra para turistas extranjeros y otra para turistas japoneses. La ventaja es que la fisionomía les descifraba la procedencia sin necesidad de pedir el pasaporte. Estaría muy bien esta medida para Baleares, pero me temo que sería muy difícil de implementar y la UE nos la tumbaría de inmediato, y quién sabe si la justicia internacional por fomentar la desigualdad por nacionalidad.

El problema es que la masificación no sólo nos acarrea problemas de vivienda, también de tráfico, generación de residuos, consumo de recursos limitados y un largo etcétera que desemboca en un aumento de precios en general, por simplificarlo. Este último punto no es baladí, porque la ley de la oferta y la demanda dispara el coste de productos y servicios en las islas, que acaban siendo prohibitivos para los propios residentes, tratados como visitantes por los que hacen negocio. Así que salir a cenar, por ejemplo, se convierte en un lujo.

Por una botella de agua del grifo, que debería ser gratuita, me sablaron el otro día 4,5 euros en un establecimiento de la costa mallorquina y los excesos son escandalosos en muchos establecimientos, a los que ya les da igual que los clientes publiquen las cuentas en redes sociales. Nada frena el consumo porque Baleares está de moda. Y a punto de morir de éxito.

Por fin se afronta en serio el debate sobre el modelo turístico que necesitamos, y que queremos los que vivimos aquí. Buena elección la de Antoni Riera para liderar las propuestas de cambio, un excelente profesional, con amplísimo conocimiento y gran capacidad analítica. El gran reto al que se enfrenta es lograr convencer a todas las partes para que dejen de lado sus intereses particulares en beneficio del interés común, reconstruyendo la esencia de un territorio en el que el crecimiento sea sostenible y compatible con la calidad de vida que hemos perdido.

Baleares se despeñó en el último ránking europeo de renta per cápita, pasando del puesto 46 en 2001 al 148 en 2021, así que el enriquecimiento ha llenado unos pocos bolsillos, pero no ha habido un buen reparto de la riqueza. Desde luego, no se ha traducido en poder adquisitivo ni bienestar social para la gran mayoría. Por mucho que duela, nos hemos convertido en los pobres del sur.